Foto EFE

Cuando queda poco más de un mes para las próximas elecciones venezolanas  (teóricamente deben tener lugar el 28 de julio, si finalmente terminan celebrándose) la mayoría de las encuestas da la victoria al candidato opositor Edmundo González Urrutia frente al «hijo de Chávez», el sempiterno aspirante a la reelección Nicolás Maduro, en el poder desde 2013. Si el primero supera el 50% en intención de voto, con un cierto margen para el crecimiento, el segundo se mueve entre el 22 y el 25%, aunque en los últimos meses ha conocido una notable recuperación.

Sin embargo, las mediciones no son unánimes. Las hay para todos los gustos, incluyendo la satisfacción del paladar de quien las paga. Un reciente estudio de Hinterlaces, cuyos trabajos suelen favorecer al oficialismo, le da una abrumadora mayoría a Maduro y asegura que más de 57% de los venezolanos cree que el presidente mantendrá el poder.

Estos cálculos estadísticos sobre las preferencias populares podrían tener sentido si las elecciones fueran unas elecciones normales e igualitarias, donde gobierno y oposición jugaran con las mismas cartas y normas, pero no lo son. De ahí que haya que estar muy atentos a las reacciones del chavismo y a sus intentos por mantenerse en el poder.

Esto es más preocupante en un contexto en el que el oficialismo tiene un control prácticamente absoluto del Parlamento, de la Justicia y de la autoridad electoral. Semejante dominio podría llegar a esterilizar la capacidad de acción de un futuro gobierno alternativo, vaciando el cargo de competencias e incluso dejándolo sin presupuesto.

Todos los indicios apuntan a un final de campaña complicado para la oposición, comenzando por el hecho de que se ha suspendido la misión de observación electoral de la Unión Europea. Pero más preocupante aún es que se sigue encarcelando a seguidores de María Corina Machado y miembros prominentes de su equipo, generalmente acusados de «delitos de odio». Por cierto, los impedimentos que la inicial candidata de la oposición encuentra para moverse dentro de Venezuela son enormes, como la prohibición de volar en vuelos internos o de alojarse en hoteles en cualquier lugar del país. Sin embargo, ninguno de estos inconvenientes ha impedido que su respaldo popular siga creciendo ni que transmita buena parte de este a la candidatura de Edmundo González.

En esta coyuntura tan complicada y cambiante, Maduro tiene varias opciones, comenzando por el reconocimiento de la derrota y la apertura de un proceso de transición a la democracia, con negociaciones serias entre chavistas y antichavistas. Es, con todo, el escenario menos probable. También podría suspender la elección, aduciendo una razón de fuerza mayor, como, por ejemplo, el inicio de hostilidades bélicas en el Esequibo (unas hostilidades que, obviamente, originaría el propio gobierno). En esta misma línea, bien el Parlamento o bien la justicia electoral podrían inhabilitar la candidatura opositora de González, aduciendo el pretexto más nimio y desnaturalizando la contienda electoral.

En la actual coyuntura no sería descartable alguna otra forma de burlar la voluntad popular mediante alguna maniobra fraudulenta, que podría ir desde la manipulación del escrutinio, más factible si la participación es baja, el apoyo a la oposición limitado y el resultado muy estrecho, hasta el desconocimiento liso y llano del resultado electoral, aludiendo algún tecnicismo o pretexto legal.

Solo el primer escenario podría poner en marcha las negociaciones para comenzar el diálogo entre las partes y la transición. Pero, sería un proceso sumamente complicado para ambos lados, que exigiría un buen número de compromisos muy variados. Mientras los sectores dialoguistas están en franca minoría, las posturas más extremistas son las que se están imponiendo, lo cual complica enormemente la creación de confianza y la búsqueda de canales de negociación.

En esta ocasión Maduro lo tiene mucho más difícil que en el pasado. En primer lugar, porque pese a la salida de más de ocho millones de venezolanos de su país, María Corina Machado ha sabido consolidar su liderazgo en el territorio como referente opositor y por primera vez, en tiempo, las opciones de derrotar electoralmente al chavismo son reales.

Segundo, porque en el contexto actual, en medio de la profunda crisis de todo orden que vive el país, con un gobierno cada vez más desacreditado, desconocer el sentido del voto popular puede tener un precio enormemente elevado para el presidente y sus principales seguidores. Un precio que habría que pagar tanto dentro del país como ante de buena parte de la comunidad internacional. Y más si Donald Trump gana las elecciones el próximo noviembre.

Nunca como ahora el futuro del chavismo había estado tan comprometido. Nunca como ahora Maduro y sus principales colaboradores deberán tomar decisiones tan comprometedoras acerca del mantenimiento de su proyecto, de sus intereses y de sus patrimonios. Pero tampoco la oposición lo tiene fácil. Pese a la existencia de posiciones radicalizadas en los dos bandos hoy existe la posibilidad real de comenzar un tiempo nuevo, en el que se sienten las bases de una Venezuela democrática. Pero eso implica dejar de lado agendas personales y sectoriales para apostar por el interés general. Y eso, en el ambiente de fuerte polarización que se respira, es lo más complicado de lograr.

Artículo publicado en el Periódico de España


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