¿Cuántas veces ha escuchado usted a uno de los tantos paladines de la política acompañar dicha palabra de ética? Es increíble la cantidad de voces del tenor que sea derramando loas sobre la palabreja en cuestión, esa que ha terminado siendo el pasaporte de cuanto bicho de uña pueda cualquiera imaginar. No sólo son especímenes como Claudio Fermín o Eduardo Fernández, por citar dignos ejemplos criollos, sin olvidar al esposo de Cilia, al siquiatra psicótico, su hermana, el roba periódicos, el propio comandante intergaláctico. También podemos encontrar fuera de las fronteras, como en la madre patria, a zarrapastrosos del tenor de Pablo Iglesias o Pablo Echenique. Sólo de verlos provocan arcadas porque ya uno se imagina cómo han de mal oler; ni hablar del actual jefe de gobierno y su amada Begoña. ¿Qué decir de la vecina Colombia y el ilustre Petro y su compañera de yunta?

Por ahí podría seguir poniendo ejemplos y modelos y arquetipos, para no terminar nunca. Hay quienes pretenden meter en el mismo saco a Milei, Espinoza de los Monteros, Meloni, y a todos los que no usan la camiseta progresista; a esos le ponen el sayo de fascista o ultraderechista para zanjar cualquier posible argumentación al respecto.

Lo cierto es que, al meollo de todo este pandemónium organizativo social que es, a fin de cuentas, el escenario político se le saca el cuerpo. Hemos visto tanto a los de este lado, como a los de aquel y los de más allá, eludir cualquier discusión en torno a lo que significa el manejo ético del poder. ¡Esa vaina no es rentable! Ética significa que las adjudicaciones a mi mujer, tía, primo o cualquier otra parentela, amigo, compadre o alcahueta, se pueda realizar a mansalva. Nada de eso. ¿Cómo se les ocurre semejante despropósito? ¿Qué es eso de patria?

Hablemos de fondos en Suiza, aunque ya no es tan secreta la información entre los helvéticos, mejor conversemos sobre las cuentas en los países árabes que no le ponen asco a los fondos vengan de donde vengan. ¿Cómo no vamos a contratar con sobreprecio o a recibir ciertas comisiones por debajo de la mesa? Es que no entienden que la política necesita recursos y que cuando no tengamos las manos en la ubre de las arcas públicas nos vamos a morir de mengua. Es que los ignorantes, todos eso que no saben nada de lo que es la ciencia de quienes rigen o aspiran a regir los asuntos públicos, pretenden que seamos juzgados con el mismo rasero que los demás mortales. ¿Ética? ¿Eso con qué se come?

La casta política, urbi et orbi, está regida por las mismas normas. A ellos solo les interesa el ejercicio del poder y para ello necesitan que usted y yo seamos analfabetas funcionales a los que ellos pueden arrear hacia donde les convenga. Lo demás es chichigua, son menudencias que solo incumben al vulgo. Y así hemos visto como surgen élites académicas que han convertido a las universidades en antros para dispensar favores a las autoridades de turno en los diferentes claustros. Ni hablar de las organizaciones sindicales y empresariales.  Aquellos que logran establecer su parcela particular juegan a obtener si respectiva cuota de poder. Todos se dedican, de manera febril, a estimular la inseguridad en nosotros mismos. No hay el que no quiera ser uno de los pastores que nos han de proteger contra todo mal y riesgo. Cada uno   juega a convertirnos en minusválidos a los que se debe amparar, porque nadie sabe más y mejor que ellos cómo hacerlo.

Por todo eso, creo que Fernando Savater tiene más vigencia que nunca, y rescato de su inolvidable Ética para Amador: “… ten confianza. No en mí, claro, ni en ningún sabio, aunque sea de los de verdad, ni en alcaldes, curas ni policías. No en dioses, ni diablos, ni en máquinas, ni en banderas. Ten confianza en ti mismo. En la inteligencia que te permitirá ser mejor de lo que ya eres y en el instinto de tu amor, que te abrirá a merecer la buena compañía.”

© Alfredo Cedeño

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