ANTOLÍN SÁNCHEZ LENCHO, POR VASCO SZINETAR

Por ALEJANDRO VARDERI

El fotógrafo venezolano de larga trayectoria Antolín Sánchez Lancho irrumpe con Conspiración y obsesión, finalista del Premio Planeta 2017 bajo el título Primera parte, en la novela negra, de amplia difusión por Latinoamérica desde los años cuarenta del pasado siglo, e inspirada en la de habla inglesa de la década anterior. Rafael Bernal, Carlos Monsiváis, Leonardo Padura, Paco Ignacio Taibo, son algunos de los autores que incursionaron en ella obteniendo gran éxito de público y crítica. En Venezuela fue 4 crímenes, 4 poderes (1978) de Fermín Mármol León la obra que abrió el camino a otros escritores prestos a producir un corpus extenso e intenso donde detectives, capos de la droga, ladrones de guante blanco, hampones y ciudadanos aparentemente ejemplares quedaron involucrados en las distintas tramas por ellos abordadas.

Si bien la novela de Sánchez Lancho, publicada en España por Click ediciones (2018) y en Venezuela por Abediciones (2023), se desarrolla en los años ochenta, concretamente entre enero y diciembre de 1981, la acción puede trasladarse al momento presente cuando los altísimos índices de criminalidad, la corrupción política, la debacle económica y las pugnas partidistas estallan de forma aluvional y amenazan con desestabilizar permanentemente al país. De hecho Venezuela, una de las naciones con más alto índice de peligrosidad del planeta, es terreno fértil para desplegar un amplio abanico de situaciones y personajes, donde el argumento quedó punteado aquí por diálogos sumamente ágiles y directos que fueron destapando la intrincada red de corrupción y turbios pactos entre distintos sectores de la sociedad, además de enlazarla con las sangrientas acciones del terrorismo internacional.

El atentado de 1976 contra un vuelo de Cubana de Aviación que partió de Guyana con rumbo a La Habana en el cual se hallaban involucrados dos exfuncionarios venezolanos del servicio de inteligencia Disip, la guerra entre Irán e Irak y su influencia sobre los altos precios del petróleo, la inminente devaluación de la moneda y sus consecuentes efectos en la vida nacional, la guerrilla centroamericana como factor desestabilizador en el hemisferio, son algunos de los temas que envuelven a los personajes y movilizan las historias. Ello no solo desde los actos criminales orquestados desde los cuerpos que deberían garantizar la seguridad del Estado, sino desde las universidades mismas en cuyas cátedras encontraron refugio muchos agitadores y antisociales, durante las décadas de la democracia fundacional, que luego se incorporaron a las filas del movimiento bolivariano revolucionario: “Córdoba explicó que Díaz hacía negocios con el antiguo sistema de admisión universitario. Según su poder en cada facultad, los grupos políticos recibían un número de plazas; una parte la destinaban a inscribir militantes, el resto la vendían. El Camarada se encargaba de negociar los cupos de varios partidos de izquierda que no deseaban ser descubiertos en esa práctica corrupta”, apunta el narrador.

La ciudad de Caracas se constituye en el marco de la intriga por donde se deslizan, con sus anteojos negros reglamentarios, los caracteres, entre autopistas, avenidas y edificios que aparecen matizados por los claroscuros propios del género y el gusto por los pequeños detalles, característico del ojo afinado del fotógrafo, con lo cual cada capítulo podría ser la página de un álbum de imágenes o el encadenamiento de viñetas de una fotonovela. Igualmente, la frontera por donde, desde el recrudecimiento de la dictadura y el estallido de la crisis de medicinas y alimentos, más de tres millones han abandonado Venezuela para establecerse en el país vecino, también entra en el texto encuadrando la diégesis. Y si bien en aquel entonces las dinámicas territoriales eran distintas y los flujos migratorios circulaban en sentido inverso, el autor extrapola las circunstancias presentes al espacio narrativo revisitándolas y reconstruyéndolas: “Bienvenidos a Venezuela’, indicaba un cartel colocado en el extremo del puente (…). Aunque era temprano, una procesión de hombres, mujeres y niños atravesaba el viaducto. Cual tozudas hormigas al límite de sus fuerzas, algunos viandantes portaban voluminosas maletas y bolsas”, consigna la voz narrativa, con una escena que, desgraciadamente, se ha convertido en una instantánea repetida ad infinitum en nuestra contemporaneidad.

Las comparaciones entre el “compromiso revolucionario”, al cual aluden los personajes de Conspiración y obsesión, y la destrucción presente del país en nombre de tal compromiso, igualmente sacuden la lectura poniendo en entredicho el idealismo de la izquierda radical que, apoyada como ahora por Cuba, estuvo a punto de arrasar con la incipiente democracia posterior a la dictadura perezjimenista. El fallecimiento de Rómulo Betancourt, en septiembre de 1981, considerado como el padre de la democracia moderna venezolana, también espejea el texto aportando un irónico guiño al nudo argumental, por ser Betancourt quien logró neutralizar el peligro cubano y pacificar a la guerrilla que, no obstante, siguió intrigando durante las décadas de libertades y vio su oportunidad de hacerse con el poder, regalándole a cambio la soberanía territorial a Cuba cuando el chavismo se adueñó de la silla presidencial.

Los hechos que la novela de Sánchez Lancho cuidadosamente arma hacia el clímax final, sucedidos casi cuatro décadas atrás, devienen entonces imágenes cuyos reflejos podemos encontrarlos en las vicisitudes, injusticias y atropellos de la tragedia contemporánea en la antaño Tierra de Gracia; de ahí quizás lo fértil de este texto para contar las conspiraciones y obsesiones de un país, para el cual todos los venezolanos conscientes tienen también la misión de “inventar la continuación” o morir en el intento.

Publicado en ViceVersa. 19 de marzo de 2019.


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