EMIRA RODRÍGUEZ, ARCHIVO EL NACIONAL

Por LIWIN ACOSTA 

Casi siempre enmudezco

cuido de mis palabras.

Todas parecen sobrar.

E. S

algunas veces decíamos palabras que se nos caían de las manos

E.R

La literatura es una cámara de ecos.

Andrea Sofía Crespo

I

El caso de Eloísa Soto como autora novel, primeriza, no deja de ser atípico, extraño, una singular excepción. Ella, la autora de este Caballo final, parece caminar sobre la página con una pasmosa conciencia, con un rigor que no restringe, que más bien escoge respirar acompasadamente. Su libro está compuesto de 5 partes: La casa de adentro, Rostro leve, Coreografía, Aproximación a la liranía y Caballo final.

Eloísa trae consigo un lenguaje espeso, una asunción telúrica y un misticismo auténtico, pagano, otro, cuyas figuras divinas se entrecruzan en los poemas para acompañarla en el camino, para cuidar el talismán y no abandonarla en este primer viaje. En su libro, la palabra es tratada con un respeto casi reverencial. La construcción de los textos que componen esta obra es sumamente cuidada. Los espacios en blanco y las comas son parte de un diseño que asume la pausa como un elemento inseparable de la respiración.

Además, la división de sus estrofas se adecúa a una idea unitaria de composición en la que es posible notar que el poema ha sido sopesado con tiento, con paciencia. Soto cuenta con un manejo extensivo y madurado de la imagen. El ritmo de sus poemas parece estar sujeto a un encabalgamiento que es continuo, pero casi nunca acelerado, como si sus textos marcharan tenues, sosegados, sobre una llanura celeste. Asimismo, usa las mayúsculas de forma tradicional. En cambio Emira se decanta por un ir y venir de minúsculas apretadas en estrofas únicas que dan totalidad al poema.

Eloísa revela una interiorización profunda, una introspección que no se anula en un ensimismamiento estéril, que se asume en una sutil independencia y le permite hacer emerger las palabras con una fuerza inusitada. Rodríguez increpa, impele, puede intuirse como llama poderosa que busca quemar a su malencuentro. Soto arde hacia adentro y con mesura, como si recibiera de sus santas una ofrenda en el río que sus manos, aún pequeñas, cargan con torpeza y reverencia.

ELOÍSA SOTO, CORTESÍA DE LA AUTORA

En Caballo final (2022) se abordan un abanico de temas que nos mueven por terrenos no tan explorados en la lírica nacional reciente. En sus poemas es posible hallar el espasmo y la escucha de aquellos que asisten a la escritura como una especie de atestiguamiento:

Decía.

   Tienes caballos en los ojos

las brujas tenemos caballos en los ojos.

Pág. 9

A Eloísa el poema le viene de otras voces, es un eco, una resonancia bruja que la atraviesa y la empuja a decir, a contar, a dar el testimonio. Su aproximación al poema es imaginativa. En sus textos puede notarse la elaboración de un mundo otro del cual nos trae sus inciensos y plegarias. Recogen las piedras primigenias de las entrañas de la tierra y arman su mensaje hacia un conjuro iniciático, hacia una invocación bautismal.

Emira es la bruja hecha, la hechicera incómoda que llama a su Dios brujo desde su fuerza telúrica. Puede ser incluso la amante que lo espera, una suerte de Penélope arisca y emancipada. Soto acepta su misión como un canal, como un pequeño cauce, estación de un río hembra por el cual hablan las brujas, las madrinas, los animales y la fecunda flora:

Bebe de este guarapo

bébelo todo.

Deja de llorar que se te espantan los caballos… 

pág 10

Otro elemento que es posible resaltar es la sutileza con la que Eloísa se pasea entre la primera, la segunda y la tercera persona del singular. El yo craso se aparta para escuchar, cumplir, como si al escribir obedeciera a un mandato superior, a un ejercicio heredado por las antiguas indiasbrujas de su estirpe. Ella escribe para ser bautizada en el reino de lo insondable, en aquello indecible que abre paso al origen:

Me bañaron de aguas santas mientras flotaba en sus brazos

[indiosbrujos

manos indiasbrujas que tocaron el agua santa y dibujaron 

[signos en mi frente…

                                 pág 11

En Caballo final (2022) si no hay oración no hay poema, si no hay ritual no hay escritura. Se funda con sus textos un entramado de figuras femeninas sagradas que sostienen esa entrada iniciática, como la Brujamadrina, la madre y la hija, las hermanas de otros tiempos. Y aunque la primera insomne y la segunda insomne sigan sin atravesar el sueño, la sal de sus pulsiones se posa en la lengua de Eloísa, es costra que se descuelga en su paladar. Aquí se recibe y se incorpora una lección, se vive la experiencia mística bruja como un aprendizaje.

Isausko Vivas, en su texto Del arte de las brujas. Mito. Religión e imagen. Una interpretación del pensamiento mágico en el país vasco (2021), sostiene que: 

La Naturaleza en mayúsculas, singularizada, cargada de atributos que inciden directamente en el plano emocional causa tanto pavor como admiración. Miedo mitigado en parte por la presencia de pluralidades mágicas jerarquizadas bajo un manto protector predeterminado sedimentariamente en modos de organización con principios rectores como las divinidades supremas. pág 4

Desde su habitar poético-simbólico, Soto observa y participa activamente de la naturaleza, nos ofrece una genuina conexión con su animalia y flora personal. Caballos, culebras, macaureles, zamuro, puerco, orégano, montaña, monte, gladiola, canto de pájaros, trazos arbóreos. La actitud vital con la que afirma su propia existencia se apuntala desde una ignorancia primigenia. Saberse iniciada en la magia del mundo no basta, necesario es escuchar con atención la voz de sus ancestras mientras se va abriendo el sendero.

Y es así, en la comunión con la naturaleza que se regresa a su imagen primordial y se encuentra con Emira, quien se integra, se asimila y en varios de sus versos se deja ir en enumeraciones caóticas que intentan imitar el intrincado tejido de la flora más inverosímil. Ambas poetas no se presentan ante la naturaleza como agentes extraños, son cercanía y parte de ella, erigen un decir que es pura pertenencia. Soto crea metáforas con la dulzura de quien comparte su alimento al comienzo del día, no es esquiva ni tampoco cae en la trampa de una pretensión formal sin norte, se sujeta a su decir reconociendo los bordes de su propia expresión:

                    Dibujaste setenta y tres pájaros

cada uno más luminoso que el otro.

pág 31.

Ya en el último de los apartados del libro aparece Thalia, mítica figura que ocupa en la memoria de Eloísa un espacio indestructible, un templo más allá de lo sagrado. Acá Thalia, el Caballo final, la lleva en su lomo hacia su origen y la conduce hacia los predios más recónditos de una infancia aparentemente perdida, de una vida que se ha ido en los brazos del tiempo, pero que jamás ha sido abandonada y que ella trae hacia sí misma en el barco informe del recuerdo. Con sus relinchos metálicos, cerca de una mugre iridiscente, nadie ve nacer los caballos en sus ojos, en sus ojos brujos hijos del poema.

II

Me gusta imaginar a veces que la figura de la Brujamadrina se encuentra en una suerte de corriente subterránea propia de la reescritura con la figura de Malencuentro. Ambas entidades ocupan centros neurálgicos en el armazón de ambas poéticas. Uno es centro de interpelación directa y la otra sombra que acompaña el movimiento de las ramas y los pies de Eloísa.

Malencuentro, pero tenía otros nombres (1975) está diseñado en 4 partes: Una gran feria, Flora, Geografía y otras perturbaciones y Cosas de amores. Puedo y escojo pensar que Eloísa recibe a Emira como una de sus más cercanas ancestras. Ambas logran encontrarse —guardando sus distancias temporales y estéticas— en una pulsión primigenia que las conduce hacia el reconocimiento de esa raíz brillante del pensamiento mítico-simbólico.

Juntas escogen unir y componer de forma singular, sus palabras árbol, sus conceptos rizoma, sus númenes propios. La Brujamadrina y Malencuentro, las indiasbrujas, son creaciones que funcionan para albergar connotaciones mágicas ideadas a partir de un sentir poético con clave surrealista. Además, la unión deliberada de adjetivo-sujeto y sujeto-adjetivo les da una libertad estilística y les permite jugar con sus propias reglas.

En Soto podemos intuir algún lazo sanguíneo directo con la Brujamadrina, pero ¿qué es, o quién es Malencuentro? ¿Una entidad metafísica? ¿Una abstracta representación de lo inaprensible? Este es nombrado por Emira como el Dios de la abundancia cruel, aquel que aparece cuando la noche desnuda sus poderes. Ambos libros pueden unirse también en un primer llamado hacia adentro. Emira nos dice:

                                                       ‘prevenidos estamos como las puertas

                                                        atracadas por dentro’ 

                                                        pág 21. 

Con la lectura, poco a poco, vamos entendiendo que malencuentro es un alguien que no llega nunca, que es llamado, invocado a través de la fuerza esotérica del poema, que parece incluso un amante que se ha marchado lejos. Rodríguez también asume para sí, su condición de bruja:

     no cierres la puerta malencuentro

               te voy a leer la palma de las manos. 

               pág 22.

En estos últimos versos, Emira nombra una cualidad natural de las brujas, el ejercicio de poderes adivinatorios. Está segura ella que en las manos de malencuentro se halla trazado su destino y ella quiere conocerlo, pero este le es esquivo, indomable. Por momentos también logra humanizarlo, encarnarlo, algo que Soto hace de entrada con su Brujamadrina. En su caso intuimos que esta existe o existió como ente físico. Con Emira comprendemos que su dios terrible tiene más posibilidades de ser imaginario, de participar esencialmente de una construcción del lenguaje que puede lindar con la ficción. No obstante, Emira lo transforma en materia palpable, le otorga esa corporeidad frágil de la que estamos hechos:

       malencuentro te llama caracortada

                  bejuco amarillo colinas capricornio. 

                  pág 23

No sería descabellado intuir también que malencuentro pueda ser una representación del río Orinoco, una versión más de la imagen heraclitiana, una suerte de espacio inhabitable, propio del misterio, imposible de penetrar, una metáfora del tiempo entendido como un concepto absoluto y metafísico.

Emira, a diferencia de Soto, no transita entre personas, le habla al otro, a ese tú, que por momentos es malencuentro y en otros se desdibuja, se abstrae:

dame un beso y vete

antes canta otra vez 

pág 28

Se acerca el dios a ser amado en carne:

malencuentro ayúdanos

porque tal vez esta será la última cuenta

de los dedos.

pág 29

¿Será la vida un cantar de dedos y gotas que se estrellan contra el piso de la muerte hasta que se acabe el cántaro?

ya me voy malencuentro

el vacío no cabe en ninguna parte.

pág 30

Como si se despidiera, Emira avanza hacia un cansancio, hacia una total desaparición. Sus versos caminan hacia un lugar desconocido, hacia ninguna parte. Se mueven como peces sinuosos que saltan a la nada. Entre otras cosas, Rodríguez es una hembra terrible que quiere envenenar, acabar con el Hombre-Dios-Amante.

En cambio, Soto es hija, sobrina, receptora. Rodríguez, en sus versos herméticos y surreales, sostiene y resguarda un mundo semántico propio, autónomo, casi indescifrable. Animales. Pétalos, magnolia, grandiflora. Sambuce. Olendros. Caladium. Oxalato. Mura. Convalaria. Convulmarina. Dulcaramos. Bejucos. Lianas. Amaneció apamate. Amenaza nomeolvides. Flor de caujaro, nardos. Trinitaria, jazmín, clavel de muerto. Dimelar Ixora. Camelia. Clavellina. Malva. Selvalumbrada. Ceiba. Flores como sujetos fantasmales y afantasmados:

Cuando aprendí a volar se fueron todos 

pág 55.

Otra cualidad de bruja. La fascinación del irse los despega. El vuelo:

danos un rostro entonces

sin desvaríos y sin ataduras 

a pie desnudo y despejado el corazón sintiendo 

ajena tristeza

un rostro apenas. 

pág 83.  

Con este final es que acudimos en presencia a un conocimiento poético que conecta con un origen irracional, con sus inicios brujos y supersticiosos en un mundo primitivo y subterráneo ligado a la mentalidad mágica. Por ello, aunque podamos no creer en la presencia de malencuentro, tampoco somos capaces de asegurar su inexistencia.

Desde Hécate, Alice Keyteler y Selena, Emira y Eloísa nos hablan de lo que nunca han visto, con sus númenes paganos, con su Dios-Brujo-Amante y su Diosa-Bruja-Madre- Ancestra. Parten ambas de una espiritualidad otra que se defiende, que es plural. En ellas, el poema es vehículo de los espíritus naturales. Lo mítico-simbólico se aparta de lo religioso entendido en su concepción cristiana. Es abierto, está en los márgenes, no es maniqueo y sale del dogma como un animal salvaje, como una flor carnívora, como una liana o una enredadera.


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