Ricardo Hausmann, Venezuela
Ricardo Hausmann, exministro venezolano. Foto: José María Ballester Esquivias

«Venezuela es el colapso económico más grande que se ha dado en la historia de la humanidad fuera de guerras, registrado desde que hay estadísticas económicas. El Producto Interno Bruto es algo así como un cuarto de lo que era en 2013, para no ir más atrás», señala Ricardo Hausmann con la autoridad que le confiere su trayectoria. Y sin pararse en barras: «Quiero decir que habrá caído como 75%, después de un pequeño rebote que tuvo; cuando se produjo la gran recesión española de 2011, el Producto cayó menos de un 9 %. Nueve contra 75».

Eso es una contracción generalizada de la capacidad productiva.

–Nosotros, en teoría, teníamos instalados 33.000 megavatios de potencia. No logramos generar 12 o 13. Cuando Hugo Chávez asumió la Presidencia, producíamos 3,4 millones diarios de barriles de petróleo y las reservas petroleras más grandes del mundo. Si hubiéramos mantenido nuestra cuota en la OPEP, estaríamos en seis millones de barriles.

¿Y hoy?

–Estamos en 700.000. Teníamos varios millones de hectáreas destinadas al cultivo y hoy solo tenemos 200 o 300.000. Se han ido de Venezuela ocho millones de personas. Chávez la quitó tres ceros a la moneda y Nicolás Maduro le ha quitado once más. Catorce ceros entre ambos: son cien billones.

Venezuela, prácticamente, se queda sin moneda.

–Mi centro hace un índice de inflación que construyo con unas fotos las enseña que me mandan del mercado los jueves: todos los precios están fijados en dólares. No en bolívares: el bolívar físico no existe.

¿Cómo pagan a la gente?

–Con saldos bancarios. Más allá de eso, a los empleados públicos les pagan algo así como 20 dólares al mes, cantidad que no da ni para pagar el transporte para ir a trabajar. De ahí la estampida que ha desembocado en el colapso de muchas funciones del Estado.

Se trataría, pues, de reconstruir desde los escombros.

–Hay que recrear esas capacidades: el petróleo, la electricidad, la seguridad, las infraestructuras, la educación.. Lo que ocurre es que, para relanzar la máquina, se necesita, en primer lugar, inyección de fondos. Eso significa un aumento en el gasto público. ¿De dónde se sacan esos fondos?

Ha declarado que, de momento, para relanzar la máquina es mejor abstenerse de debates ideológicos (liberalismo frente a intervencionismo) y «cortar el traje a medida».

–Lo que quise decir es que, ya sea uno lo más liberal posible, o lo más intervencionista posible, se necesita, en cualquier caso, una capacidad del Estado muy superior a la de este momento. Todos han de estar de acuerdo en eso. Si no, no habrá recuperación, paz y seguridad. El debate de Estado frente a mercado presupone que hay un Estado. Y no lo hay.

¿Qué implica reconstruirlo?

–Muchas cosas, pero entre ellas una cierta narrativa pública sobre la dignidad del servicio público. No vale el «como soy liberal, no voy a trabajar para el Estado». Alguien tiene que hacer la tarea.

¿Empieza la tarea por unas cuentas públicas saneadas?

–Han de estar en la base de cualquier estabilidad financiera. En Venezuela, el chavismo agregó 14 ceros a la moneda porque no cuadraban las cuentas. Cada vez que Maduro intenta dar un aumento de sueldo, se dispara el dólar y se dispara la inflación. Precisamos de cuentas bien financiadas sin el uso de la maquinita de hacer dinero. Será necesario una financiación en dólares, que los organismos internacionales no darán sin condiciones.

Hablando de las cosas de la vida diaria: muchos critican a Maduro por preferir las «bolsas coyunturales» frente a un salario mínimo, más adaptado a una economía dolarizada.

–Las bolsas son un método de control político: ellos deciden a quien se la dan y a quien no. Es una dádiva, no un derecho.

¿Y de cara al futuro?

–Hay que devolver a los venezolanos sus derechos para que se sientan empoderados para pensar, soñar e imaginar e iniciar cosas. Eso empieza por la reforma de una gran cantidad de leyes.

¿Puede dar un ejemplo?

–En tiempos del Gobierno de Juan Guaidó hicimos un proyecto de ley que llamamos ley ómnibus, porque se paraba en todas leyes restrictivas de la libertad económica como el bus se para en todas las estaciones. Algunas había que derogarlas, otras había que reformarlas. No olvide que 25 años de chavismo-madurismo han cercenado casi todas las libertades.

También insiste en que es más importante recuperar la confianza política que una bajada de tres céntimos del precio de la gasolina.

–Eso se refiere a un debate dentro del Gobierno estadounidense, a raíz de la agresión rusa a Ucrania en febrero de 2022 que causó la subida del precio del petróleo. Eso era malo para la popularidad de Joe Biden. Entonces, mandaron una misión a Venezuela para negociar algo con Maduro a cambio de levantar las sanciones y producir más petróleo. En ese momento, Estados Unidos rebajó la presión sobre Maduro –para que instaurase la democracia en Venezuela– y empezó a priorizar aspectos de política interna como el precio de la gasolina.

Grave error estratégico.

–Sí, ni en el mejor escenario la producción petrolera iba a subir, ni lo suficiente como para impactar el mercado internacional como para que valiera la pena confundir las señales políticas. Ese sector de la Administración Biden se ha difuminado con la salida de Juan González de la Casa Blanca.

¿Se muestra escéptico respecto de las intenciones reales de Estados Unidos?

–No. Estados Unidos es una palabra muy grande en el que hay debates internos: la democracia es un tema, la frontera es un tema y el precio del petróleo es un tema. La pregunta es cómo se balancean estos intereses. Venezuela es demasiado pequeña para afectar al precio del petróleo y lo que va a reducir la inmigración hacia Estados Unidos es la esperanza de un cambio político.


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