Margot Benacerraf | Foto Ricardo Jiménez

Por donde se mire, la figura de Margot Benacerraf es mítica, fabulosa, particular, extraña. Directora de dos filmes de altísima calidad estética y narrativa, elogiados por la crítica más respetada de su tiempo y ganadores de premios que parecían imposibles para una mujer venezolana, la cineasta prefirió, a partir de 1965, cuando regresó a Caracas luego de varios años en París, una ciudad esencial en su vida, dedicarse a una importantísima labor como promotora cultural que le dejó al país espacios como la Cinemateca Nacional, Fundavisual Latina, la Fundación Audiovisual Margot Benacerraf o la Videoteca Margot Benacerraf de la Biblioteca Central de la UCV.

Fallecida el 29 de mayo a los 97 años de edad, Margot fue especialmente reconocida por Araya, una película que hasta ahora ha sido imposible de clasificar, aunque el consenso apunta a que se trata de un documental. El agua, la sal, la arena, la luz, los rostros quemados por el sol, el sonido del mar, la narración poética, el guion fragmentado, y tanto más, han hecho que la película sea consideraba una suerte de «poema visual», pero incluso ese término se queda corto: Araya, que ya tiene 65 años, está más bien al nivel de obras como Las estatuas también mueren de Chris Marker y Alain Resnais o Hiroshima mon amour del mismo Resnais, es decir, se hace de la escritura poética, una finísima fotografía y de la calidad técnica para crear una reflexión filosófica que, aunque ocurre en un pueblo árido del estado Sucre, es una creación absolutamente universal.

Araya compitió en la 12° edición del Festival de Cine de Cannes, en 1959, al lado de películas relevantes como Los 400 golpes de François Truffaut, Nazarín de Luis Buñuel, la mencionada Hiroshima mon amour y Orfeo negro de Marcel Camus, que se llevó la Palma de Oro ese año. El largometraje de Benacerraf fue reconocido con el Premio de la Crítica Internacional (Fipresci) —compartido con Hiroshima mon amour— y el Premio de la Comisión Superior Técnica, todavía un hito para el cine nacional. Por alguna extraña razón hay quienes creen aún que Araya ganó la Palma de Oro, una leyenda urbana.

Lo que sí es cierto es que la película recibió elogios de personas como Buñuel o el crítico de cine René Gilson, ambos citados en el libro La sal de ayer. Memorias de Margot Benacerraf de Diego Arroyo Gil, un texto escrito a modo de conversación entre el periodista y la directora. «Después de ¡Qué viva México!, de Serguéi Eisenstein, jamás se habían visto imágenes tan bellas como las de Araya», dijo el español. «Es un espectáculo de una belleza sobrehumana», afirmó el francés. Otros admiradores del filme mencionados en el libro fueron los cineastas Éli Lotar y Jean Renoir y Henri Langlois, quien fue director de la Cinemateca Francesa y uno de sus fundadores.

Mientras que el cortometraje Reverón, la primera producción cinematográfica de Margot, obtuvo el Primer Premio al Mejor Documental de Arte en el Festival Internacional de Películas de Arte y el Premio Cantaclaro otorgado por la prensa cinematográfica venezolana. Se proyectó en la Cinemateca Francesa y se presentó, entre otros, en el Festival de Cannes, el Festival de Cine de Berlín, el Festival de Edimburgo y el Festival de Mannheim.

Pero tuvo otra proyección especial. Pablo Picasso, a quien la cineasta conoció por medio del artista plástico español Manuel Ángeles Ortiz, con el que tuvo una relación, sintió una gran curiosidad por el éxito del documental y organizó una exhibición abierta al público en Vallauris, al sur de Francia, donde vivía y pintaba. Cuenta Arroyo Gil en su libro que el enorme artista español le dijo a Margot: «Eso que tú hiciste con él es lo que yo quiero que hagan conmigo». Y le pidió que no se fuera pues quería que hiciera una película sobre él en Vallauris. Era 1953 y Benacerraf tenía menos de 30 años.

Así como conoció a Picasso, Margot Benacerraf se codeó con personalidades como Buñuel, Alejo Carpentier, Henri Langlois, María Teresa Castillo, Alejandro Otero, Gabriel García Márquez, Armando Reverón, Miguel Otero Silva o Mariano Picón Salas, lo que hace crecer aún más el aire legendario de su figura, por medio de la cual se puede narrar no solo una parte del arte contemporáneo venezolano, sino latinoamericano y europeo: hay hechos que la inmortalizan más allá de los festivales o los premios, como, por ejemplo, que Araya está en el Dictionnaire Du Cinéma del teórico Jean Mitry y Benacerraf es la única venezolana que forma parte del Dictionnaire des Cineastes del historiador Georges Sadoul.

Para Arroyo Gil no hay duda: Margot es una figura principal dentro de la cultura venezolana. No solo por toda su labor como promotora cultural y las instituciones que fundó, sino, principalmente, por Araya. «Es una película inmortal. Dentro de 100 años se seguirá hablando de esa película. No hay manera de eludir su presencia en nuestra cultura. No solo por su valor documental extraordinario, que lo tiene, sino por su belleza, su factura estética. Ahí hay algo del alma venezolana», expresó el periodista, que considera la escritura de La sal de ayer. Memorias de Margot Benacerraf una experiencia enriquecedora en la que fue recibido con hospitalidad por la cineasta, quien, sin embargo, al principio quería evitar revelar demasiada información de su vida personal.

«Creo que ella misma, en cierto momento de nuestras conversaciones, se dio cuenta de que contó cosas que no había contado antes. Eso la sorprendió un poco. A mí me alegró que fuese así porque eso la sacaba del guion que tenía establecido de lo que había sido su vida y de lo que ella quería que los demás supieran», dijo.

Margot estaba muy clara de su importancia, así prefiriera mantener en privado algunos datos de su vida, explicó Arroyo Gil. Por ejemplo, no solía hablar de sus amores, pero cómo contar una vida sin amores. «Sobre todo cuando uno de esos amores fue importante incluso para su carrera. Porque fue a través de un amor, Manuel Ángeles Ortiz, un pintor republicano español, que conoció a Picasso. Eso de alguna manera despejó la incógnita de cómo Margot, por más que fuera Margot Benacerraf, que no era Margot Benacerraf en aquel momento, llegó a convivir con Picasso durante tres meses en el sur de Francia en el verano de 1953».

Benacerraf fue quien puso el nombre de Venezuela en el escenario cinematográfico mundial, consideró Alexandra Cariani, directora ejecutiva de la Fundación Audiovisual Margot Benacerraf. Explicó que la cineasta marcó pauta como mujer latinoamericana al llegar a Cannes con una película realizada de manera independiente y al codearse con Buñuel, Truffaut o Rossellini, y además, tras su consolidación, fue respaldada por afirmaciones como la de ser la pionera del Cinema Novo, según afirmó el propio Glauber Rocha, director y figura central de dicha corriente cinematográfica brasileña.

«Margot, aparte de su legado como creadora cinematográfica, tiene otro componente que no todos los directores de cine han tenido: su faceta de promotora cultural. Margot era una gerente cultural también. Fundó la Cinemateca Nacional, la gran casa del cine, donde nos formamos cinéfilos de varias generaciones; creó Fundavisual Latina, una fundación muy importante surgida antes de la Fundación Margot Benacerraf, también para difundir lo que tenía que ver con medios audiovisuales, cortometrajes, la telenovela», explicó la también periodista.

El cineasta Maurizio Liberatoscioli, quien fue director de Programación de la Cinemateca Nacional y trabajó de cerca con la directora, recordó que Margot quería que la Cinemateca fuera una suerte de escuela, pues ella misma aprendió mucho en la Cinemateca Francesa cuando estudiaba en el Instituto de Altos Estudios de Cinematografía (Idhec), que era muy teórico. «De hecho, cuando hizo Reverón no había tocado ni una cámara en el Idhec, ella aprendió cine viendo cine, y eso pretendía replicarlo en la Cinemateca Nacional de Venezuela», dijo el guionista y profesor universitario, quien sostuvo que el gran aporte de Margot desde el punto de vista institucional es la cultura cinematográfica venezolana por medio de los espacios y festivales que creó.

La Cinemateca, aunque venida a menos en la actualidad, es definida por Liberatoscioli como un organismo vivo que tiene dos corazones y un cerebro. Un corazón es la exhibición cinematográfica y, el otro, es el archivo fílmico, la conservación y la restauración de las películas. El cerebro representa las investigaciones que allí se hacen en torno al cine. «La Cinemateca por muchos años tuvo esos dos corazones y ese cerebro, o sea, proyectó cine de altura, de primer orden, conservó películas e investigó mucho. Yo puedo decir que me formé en la Cinemateca Nacional, fue mi gran escuela», subrayó el documentalista.

Otros aportes, entre muchos, fueron el Plan Piloto Amazonas, la Unidad Fílmica del Inciba (Instituto Nacional de Cultura y Bellas Artes), la escuela del Centro Cine Ateneo o el Festival Latinoamericano y del Caribe de Cortometraje y Video. Toda esa labor encuentra una respuesta en el libro de Arroyo Gil, que le preguntó qué la animó a fundar la Cinemateca: «Luchar contra la desolación que había aquí en el mundo del cine. Abrir una pantalla, abrir el ‘párpado blanco’ de Buñuel a la memoria mundo. Porque detrás de mi pasión por hacer cine estaba también la pasión por difundir el cine, por que se tomara en cuenta el cine como el gran arte que es, el gran arte del siglo XX».

Tanto Liberatoscioli como Cariani definen la personalidad de Benacerraf como rigurosa, curiosa, acuciosa y disciplinada. El primero recordó que la conoció a finales de los 80 en un cine foro de Araya en el cineclub de Colegio de Ingenieros de Barquisimeto, que estaba al lado de su casa. «Fíjate que la conocí en un contexto de exhibición cinematográfica, de su película, pero en un cineclub en Barquisimeto. Ella prestaba mucha atención a la cultura cinematográfica. No solo a la exhibición de su propia película, sino a los temas de la exhibición y la cultura cinematográfica. La recuerdo en esa oportunidad muy curiosa, acuciosa, y nos explicó de manera detallada cómo hizo la película».

Era, continuó el cineasta, una mujer tenaz, inteligente, sensible, y a su vez preocupada por la realidad venezolana y los personajes olvidados o al margen, como los que protagonizan Araya.

Cariani comenzó a trabajar con Margot cuando tenía 89 años. Iba, contó, todos los días a la oficina de la Fundación Margot Benacerraf, pues era una persona perfeccionista, detallista y exigente, aunque le gustaba escuchar y contar anécdotas de sus amistades con personalidades como Picasso o Buñuel. «Era muy perceptiva, intuitiva, te escaneaba mientras hablabas con ella. Pero la recuerdo además como gerente. Yo como directora le agradezco la confianza que me tuvo y la libertad que me dio para trabajar. Si bien le gustaba tener todo un poco bajo control, le agradezco la cancha que me dio para llevar adelante proyectos».

Jonathan Reverón, que dirigió el documental sobre Margot Madame Cinéma, recordó que la última vez que habló con la cineasta fue el 14 de agosto de 2023, cuando la llamó para felicitarla por su cumpleaños. «Hablar por teléfono con Margot era de las cosas más atrabiliarias que existen: usaba aparatos para amplificar su audición, y se los quitaba para evitar el efecto del feedback. Entonces, la comunicación se hacía sucinta, en un tono de voz muy alto, con palabras precisas y en un lenguaje a su medida», explicó el director por correo electrónico.

«La última vez que nos encontramos fue en su oficina (2019), cuando llevé a Alí Cordero Casal, quien le grabó un saludo de aceptación por la Medalla Páez. Tendré siempre en mi corazón el brillo de su mirada que solía venir acompañada por una sonrisa y un apretón de manos que buscaba la certeza», añadió.

Para Reverón, Margot fue una pedagoga del cine venezolano que resumió en dos películas su interpretación del arte, del país y del ser humano, y asimismo se realizó como persona a través de la mentoría y la gestión cultural. «Margot hablaba bien de todo el cine que veía, hablaba bien de todos los cineastas, y si había críticas venían desde la compasión que suelen tener los maestros con sus alumnos y las madres venezolanas con sus hijos».

Respecto a Araya, afirmó que será eterna y reconocida por los venezolanos o cualquier ojo que se conmueva y sea sensible a las grandes cuestiones de la civilización.

«Institucionalmente prefiero hablar de la señora de oficina, de escritorio y reuniones, de correspondencias y revisión de planes estratégicos, con un método diría que tarbesiano, como un sistema súper ordenado siguiendo la máxima de Carpentier: ‘Jonathan, hay que lidiar con el barroco latinoamericano’. Fue diestra para solventar la informalidad que caracteriza muchas instancias de las instituciones públicas», subrayó.

Sel libro La sal de ayer. Memorias de Margot Benacerraf de Diego Arroyo Gil

En un par de correos del 29 de mayo de 2012, Reverón compartió una correspondencia con Margot en la que el cineasta, que estaba en Noruega, asomó la idea de realizar un documental sobre ella. Su respuesta:

«Querido Jonathan, Con gusto haremos el documental..Sera muy divertido.La pasaremos muy bien. Dos cosas te recomiendo en Noruega,el Museo Munch en Oslo y la ida a Bergen, si es que no lo has hecho todavía. Me cuentas, cuando vuelvas. Besos .Margot».

Varias generaciones tocadas por Margot

La influencia de Margot es tan grande que ha tocado a cineastas jóvenes como Jonathan o veteranos como Lorenzo Vigas, Mariana Rondón o Fina Torres.

Para Vigas, ganador del León de Oro del Festival de Cine de Venecia en 2015, Araya es la película más importante del cine nacional gracias a que, desde lo local, es un filme claramente universal: «Es la prueba más contundente de que para llegar a lo universal hay que empezar por lo local. Para mí eso es lo que consigue Araya. Es tan maravillosa que enseña sobre lo que pasa en el mundo a través de algo local, nos enseña sobre el paso hacia la modernidad, nos muestra de alguna manera la perdida de lo que fue en un momento el mundo, pero visto a través de un pequeño pueblo».

Mariana Rondón, ganadora en 2013 de la Concha de Oro del Festival Internacional de Cine de San Sebastián, aseguró que todos los cinéfilos venezolanos están construidos de alguna manera a base de Margot Benacerraf. «Párate y decide si Araya es un documental o una ficción, si es poesía o no», reflexionó. Afirmó, asimismo, que es algo enorme saber que es una mujer la principal referencia cinematográfica del país.

Margot Benacerraf | Foto Iván Dumont

«Me acuerdo que un día me preguntó ‘Mariana y qué pasa con tu película que no la has terminado’. Yo le dije que estaba buscando dinero para terminar la posproducción. ‘¿Y cuánto te falta?’, me dice. Le respondí que 1 millón de bolívares. Y bueno, dijo: ‘La semana que viene me van a entregar el Premio Nacional de Cine, te lo voy a dar a ti para que termines la película’. De esos gestos de desprendimiento de Margot para que las cosas pasaran tuve muchos», recordó.

Fina Torres, ganadora en 1985 del Cámara de Oro de Cannes por Oriana, afirmó que Margot Benacerraf fue muy importante en su decisión de estudiar cine, pues el hecho de saber que una mujer había ingresado al prestigioso Idhec le hizo creer que ella también podía hacerlo.

«Yo pensé simplemente que si Margot lo había logrado por qué yo no. Claro, me preparé y me preparé. Cuando fui a París y pasé los exámenes, por suerte, porque eso también es una lotería, pensé que si no hubiera sido por Margot no lo hubiese logrado. Y ni te cuento de la forma, el cine de Margot para mí fue clave. Porque es un cine donde la forma es muy importante. Tan importante como el contenido», dijo en una entrevista con El Nacional a propósito del homenaje que le hicieron en el 20° Festival del Cine Venezolano, realizado del 16 al 20 de junio.


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