Nuestra condición gregaria nos conduce a rodearnos de otros iguales a nosotros. Las diferencias siempre existen, y de allí que surgen los arreglos necesarios para ponernos de acuerdo sin matarnos unos a otros.  Y así se establecen alianzas, convenios, pactos, compromisos, estipulamos reglas, nos ocupamos de encontrar a los similares o, al menos, quienes tengan los mismos intereses.  Fue así como surgieron las primigenias organizaciones sociales, para luego ir dando paso a mandamientos y leyes. Se estima que hace cerca de 4.000 años se formuló el Código de Hammurabi, una de las primeras legislaciones trazadas por el hombre.

Estas normas fueron talladas en una piedra de 2,4 m de altura, de procedencia desconocida, pero encontrada en Persia en 1901. Desde aquellos días todas las leyes se consideran herederas de este articulado creado por el entonces rey de Babilonia.

En no escasas ocasiones dicha normativa legal suele ser ignorada y los que ejercen el poder gustan de hacer lo que se les antoja. Y esto último siempre, supuestamente, por el bien de los humildes mortales que estamos bajo su dominio.  En tales escenarios los cortesanos, ahora llamados asesores, consejeros o enchufados –a fin de cuenta son todos hechos de la misma pasta–, suelen convertirse en los compañeros por excelencia de los patanes de turno. Y digo patanes, porque por más que se recubran de cierto manto académico, que presuman de un inefable barniz de conocimiento, son todos lo mismo: una cáfila de energúmenos capaces de acabar hasta con sus propias obras para hacer lo que le salga del fondo de sus entrepiernas.

¿Qué hizo el ilustre Caldera con su partido Copei? ¿Qué hicieron con Acción Democrática sus gerifaltes? ¿Qué hizo en su momento Jóvito Villalba con su partido Unión Republicana Democrática? Ha sido un desfile de buitres al acecho unos de otros, y siempre presumiendo de estar en las mejores compañías.  El caso más palpable de ello ha sido en el último cuarto de siglo Chávez y Maduro.

Sin embargo, es pertinente reconocer que, a trancas y barrancas, Venezuela era una clara referencia, para bien, en lo regional y mundial. El mejor ejemplo de esto último fue su rol protagónico en la creación de la otrora poderosa OPEP (Organización de Países Exportadores de Petróleo), y el lugar que alcanzó en el ranking mundial de empresas Petróleos de Venezuela (Pdvsa). Hoy la petrolera venezolana es un saco de cachivaches y chatarra oxidada, que inspira no poca lástima por el estado en que se encuentra. Y todo ello por obra y gracia de la “revolución bonita” del socialismo del siglo XXI. Replicaron, de forma magnificada, lo que ya habían hecho en Cuba con la industria azucarera.

Sucede que los jerarcas de nuestros días han ido de mal en peor en cuanto a asociaciones, han escogido pésimos acompañantes. Y en las últimas semanas está muy claro que han seleccionado la más execrable de las compañías: la desesperación.

No ha habido lo que no han hecho para frenar a la dupla Machado-González. Estamos a un mes del que parece será un cambio de timonel, y esta recua de asnos empoderados no hacen más que entonar un solfeo de rebuznos. Amarga compañera la que han escogido para este tiempo que augura un final dilatadamente esperado. Ruego a Dios que los cortesanos, que nunca faltarán, no engolosinen a María Eduardo y se pongan a contar los pollos antes de nacer.

© Alfredo Cedeño

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