Foto EFE

Entre los acompañantes españoles de Santiago Abascal en su entrevista con Netanyahu se encontraba el periodista y eurodiputado de Vox Hermann Tertsch. Quizá convenga recordar que Tertsch dirigió la sección de opinión de El País cuando dicho periódico se batía por la Constitución, allá por los años ochenta del pasado siglo. Tertsch no es un ceporro como Albares, y además da ciento y raya a cualquier diplomático o tertuliano de la SER o no SER que pretenda ir de experto en Oriente Medio. Pero, sobre todo, Abascal y Tertsch han sido y son gente valerosa y decente, tanto cuando daban la cara en primera fila contra ETA como ahora, cuando defienden a Israel contra el sanchismo antisemita. Por eso, me honro en tenerlos por amigos.

En la misma medida, pero en sentido contrario, detesto a la izquierda española en su conjunto. Parafraseando a la Pirada, pueden irse todos, todas y todes a la izmierda o, mejor aún, permanecer en ella macerándose. Las dos tiparracas ministeriales del PSOE que se han creído legitimadas para acusar a Israel de genocidio –simples opiniones personales según Albariños (la Histeria y el cambio climatérico las absolverán)– quedan incluso por debajo, en la gran cloaca del gobierno frentegentucista, de la pobre Pirada que se desgañita por «una Palestina libre del río al mar», o sea, por el exterminio de los israelíes, a los que la muy necia llama «israelitas», es decir, judíos en general, pues de eso se trata precisamente. De restaurar por las bravas el antisemitismo estalinista, heredero y continuador del antisemitismo nazi. A ella, por lo menos, le asisten los indicios de una demencia furiosa que le impediría comprender el sentido de lo que profiere dentro y fuera de sede parlamentaria. Margarina y la otra bestia calculan los tiempos y las ocasiones favorables para la siembra del odio.

En cuanto a los representantes de la Autoridad Palestina, Qatar, Arabia Saudí y Turquía con los que el ceporro arriba mentado se hizo retratar para la Historia Criminal, el pasado miércoles, ninguno de ellos ni de sus putos amos admite que Hamás sea una organización terrorista. La consideran, Erdogan pixi y dixi, una honorable expresión de la resistencia del pueblo palestino. Pero la historia del antisemitismo progre es mucho más vieja. Así la definía Vladimir Jankélevitch en ‘Lo Imprescriptible’ (1967): «El antisionismo es un chollo increíble, porque nos da el permiso –e incluso el derecho, e incluso el deber– de ser antisemitas en nombre de la democracia. El antisionismo es el antisemitismo justificable, puesto, por fin, al alcance de todo el mundo. Es el permiso para ser democráticamente antisemitas. ¿Y si resulta que los judíos fuesen ellos mismos nazis? ¡Sería maravilloso!».

Ni en esto son originales, los trincones.

Artículo publicado en el diario ABC de España


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