La Marcha de la Mayoría en Bogotá

La Marcha de la Mayoría fue el sablazo que le hacia falta al presidente de los colombianos para hacerle entender que el país no quiere bailar al ritmo de su música. La consecuencia inmediata de una movilización de más de 100.000 colombianos fue que se “hundió” –dicho en buen colombiano– su proyecto de reforma laboral en el Congreso por falta de quorum de parte de los parlamentarios que no acudieron a sus puestos de deliberación mientras tenía lugar la manifestación popular en su contra en casi todas las grandes capitales de la geografía neogranadina.

El naufragio de este proyecto de reforma laboral viene a sumarse a otros grandes desaciertos protagonizados por el petrismo en los 10 meses al frente del Palacio de Nariño y, además, le agrega decibeles a la diatriba pública sobre el rechazo que el ex guerrillero mandatario  está teniendo de una parte sustantiva de su ciudadanía. Si menos de 28% de sus connacionales aprueban hoy su gestión como lo aseveran las encuestas, y si poquito más de media Colombia le dio su voto en las urnas hace menos de un año, lo que eso indica es que uno de cada dos de sus votantes,  para esta hora, ya está reculando.

De las reformas propuestas por el izquierdismo extremo a su llegada solo ha conseguido viento fresco la nueva agenda tributaria y ello a pesar de que ha podido gobernar en coalición con otros partidos de orientaciones diversas. De allí en adelante los escollos no han podido ser superados y los escándalos desatados en las pasadas semanas lo que han hecho es abonar al malestar que hay en el país por una manera atrabiliaria de conducir el país. No pega una Gustavo Petro: de todas las reformas planteadas por el candidato a presidente se encuentran atracadas la de la salud, la laboral, la de las pensiones , la política y la de la Paz Total, cuyo cese al fuego con el ELN es también una burla a la colombianidad.

La consecuencia de este rechazo que es ya protuberante –el presidente pudo comprobar por sí mismo los volúmenes de la atención a su convocatoria de apoyo en la movilización del 7 de junio y los de la oposición el 20– es que el líder se ha decidido a poner sus verdaderas cartas sobre la mesa: su talante dictatorial, la orientación populista de su gestión, el desacato a la Constitución y el sometimiento del país a las asambleas populares.

Comunismo del puro es lo que promete el mandatario en su último discurso, cuyas palabras reproducimos aquí: “De ahora en adelante, señor presidente del Congreso, Alexander López; señora vicepresidenta, ministros y ministras; de ahora en adelante debe haber asambleas populares en todos los municipios de Colombia discutiendo, gobernando. Todo ministro o ministra debe obedecer el mandato popular (…) cada asamblea popular reunida periódicamente en todos los municipios debe tomar decisiones sobre su región, sobre su territorio, sobre la paz, sobre la capacidad para movilizarse de una manera que ya no serán 100.000, 200.000, como ahora; esta es apenas la antesala, el preludio (…) la fase que sigue es el gobierno popular (…) las asambleas populares en cada municipio son para gobernar”.

Cuando todo está en vías de hundírsele, Petro ya no esconde nada en cuanto a sus intenciones de no tolerar disensos y de culpar a los capitalistas y a la prensa de sus dislates y del rumbo torcido que toma el país. Ya hay quienes piensan en pasos más drásticos para atajar a esta suerte de nuevo comunismo que Petro está armando aceleradamente en Colombia y que algunos califican ya del “mayor descalabro en la historia democrática de Colombia”.

Petro ha sido inmensamente torpe en el manejo de sus crisis y en particular la más reciente, en la que además de perder a dos de sus alfiles más cercanos terminó con un proceso de investigación serio en la Comisión de Acusación por financiamiento ilegal de su campaña que va a hacer tambalearse al gobierno, si no es que llega más lejos.


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