Edmundo González
Foto: @EdmundoGU

 

La liza presidencial entra en calor y ya pueden entresacarse los más notorios rasgos de la campaña de los aspirantes principales. Aunque no ha podido desembolsar los subsidios de antes, la de Maduro es con seguridad una de las campañas más costosas del mundo si analizamos los gastos necesarios para movilizar a sus partidarios. Él ha decidido, en efecto, continuar en la línea de realizar concentraciones selectivas en las capitales o más importantes ciudades de los estados del país. Ante el desgano y la apatía de la militancia y el entorno del PSUV, mermado por continuas deserciones hacia el polo que encarnan María Corina Machado y Edmundo González, el costo de movilización es muy alto. Nadie quiere retratarse con Maduro, a menos que haya una compensación material de por medio.

Todo el aparato del Estado se ha puesto al servicio de la candidatura oficialista, incurriendo, tanto el gobierno central como los gobiernos regionales y locales, en peculado de uso y desviación de fondos: autobuses, carros, gasolina, radio, prensa y televisión, propaganda, y empleados en general implican ingentes recursos. Ante el descrédito de las bolsas CLAP -retribución tradicional- ha trascendido que debe pagarse un estipendio en dólares para cada asistente a los mítines.

El esquema es más o menos el mismo: todos los esfuerzos se concentran en una ciudad, y se le exigen un determinado número de asistentes a cada autoridad local o regional, quienes, por tanto, deben trasladar a funcionarios y simpatizantes, previo acuerdo monetario. El gran protagonista de los mítines de Maduro es realmente el autobús, tanto público como privado. Y ahora más que nunca se ejercen presión y amenazas hacia todas las autoridades, funcionarios y militantes en general.

El contraste con la campaña de la oposición democrática es visible. El costo de movilización en las concentraciones de María Corina debe aproximarse seguramente a cero (básicamente la logística de su equipo y de los dirigentes que la acompañan). La publicidad se hace solo en las redes, debido a la censura existente en los distintos medios. La multitudinaria asistencia a sus convocatorias, todas ellas anunciadas con poca anticipación, es totalmente espontánea, sin restar méritos a la tarea de motivación que deben realizar los afiliados de Vente Venezuela y de los partidos de las Plataforma Unitaria. Es un aluvión movido por la profunda empatía que se ha desarrollado entre las mayorías del país y la líder inhabilitada.

María Corina hace presencia en varios pueblos y ciudades cuando visita a un estado. Es una campaña de contacto directo, sin intermediaciones de ningún tipo (como son los guardaespaldas de Maduro, Cabello, Rodríguez y compañía, una verdadera valla con la gente), repartiendo saludos y abrazos desde el techo o la puerta de su carro. Pero hay un rasgo que se hecho común en las últimas semanas y que rompe los esquemas predominantes en estos actos: es la gente la que busca a la candidata, y no al revés, como es usual. Ciertamente, cuando se dirige a la ciudad donde ha sido convocada la concentración, los poblados intermedios, alertados de su paso, salen a recibirla por las calles, en impresionantes caravanas llenas de júbilo y algarabía.

Quizás el fenómeno más resaltante de estas procesiones es el protagonismo de los motorizados: son la verdadera avanzada que marca la ruta y despejan el camino de obstáculos e interferencias que el régimen le pone a la convocatoria. María Corina ha logrado algo que parecía imposible: le ha arrebatado los motorizados al régimen, quienes se habían convertido en parte de la identidad sociopolítica de la mal llamada “revolución bolivariana” desde los tiempos de Chávez, quien auspició de alguna manera este fenómeno, con la vista puesta en apoyar e impulsar a los colectivos y a las bandas delincuenciales, y no tanto en auxiliar al trabajador común y corriente (usuario mayoritario). Maduro intentó detener esta deserción con su insensato “decreto” de las motopiruetas como deporte nacional, pero eso no ha torcido para nada este cambio de bando, quedando ahora solo una minoría de adherentes al oficialismo.

Mientras Edmundo se concentra en reuniones con vecinos, gremios, grupos y personalidades, María Corina difunde su candidatura apoteósicamente, siendo recibida poco menos que como una liberadora. La gente la está viendo como la reunificadora del país, la que pondrá fin a la tragedia de la ruptura familiar creada por la inmigración y los odios políticos, y, de hecho, podría decirse que este tema -la reunificación familiar- se ha impuesto como el principal ítem de campaña, por encima incluso de las dramáticas urgencias socioeconómicas.

Su condición de mujer y madre, evocando el matricentrismo de nuestra sociedad, ha potenciado esta poderosa imagen. No en balde, la gente le cuenta sus cuitas sin pena alguna, llora con ella y le ponen los niños en sus brazos, algo que difícilmente puede ocurrir con una figura o líder masculino.

Lo cierto es que el asunto de los motorizados y el de las manifestaciones de adherencia de todos los sectores sociales y las mayorías populares en general, son expresión de una especie de striptease democrático y popular: en medio de un contexto autoritario, la gente está desnudando su alma y su nueva fe política sin escozor alguno, certificando su deserción del chavismo sin temor a la represalia y pérdidas que ello pueda significar (Clap, misiones, esmirriados bonos, etc.).

Este es el panorama en el cual nos encontramos cuando faltan apenas 30 y tantos días para la cita presidencial. Si el régimen está impuesto de esta realidad (que lo está, sin duda, al punto que es una tontería ocuparnos de analizar las encuestas fantasmas) debe entonces pensar muy bien lo que va a ser el 28 y días siguientes. Debe sopesar con cuidado qué vía escoger (¿arrebatón con consecuencias impredecibles o transición con acuerdo y reconocimiento mutuo?) ante este tsunami y esta voluntad de cambio que se ha generado, atizado por la esperanza y la pasión surgidas en medio de la terrible crisis social, económica y de valores que generó con sus desastrosas políticas y su deriva corrupta y autoritaria.

No hay que ser la sacerdotisa pitia de los griegos para inferir que esta mayoría decidida y entusiasta no vacilará en salir a la calle a celebrar y defender, con sus altas expectativas de cambio, el triunfo de Edmundo González. Escenario dentro del cual hay que desear una adecuada conducción de la oposición, que se mantiene unida pese a todas las adversidades, y que hasta el momento ha mostrado gran prudencia y claridad estratégica.


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