Venezuela, como muchos otros países vecinos, viene registrando una serie de cambios y transformaciones en diversos ámbitos. La sociedad venezolana ha sido sometida a un conjunto de situaciones que pudiésemos definir y caracterizar como complejas, críticas e incluso lesivas a la condición humana, básicamente por las carencias de buena parte de la población al no contar con buenos servicios públicos, acceso a una buena salud, educación, seguridad, además de acceso a la justicia, condiciones justas de trabajo y remuneración y otros, y de allí pudiésemos explicar el éxodo que tengamos hoy de venezolanos que supera más de 8 millones de almas que se fueron de este prodigioso país al que amamos que se llama Venezuela.

En los momentos de crisis en sus diversas aristas y manifestaciones es cuando más una sociedad y sus ciudadanos deben fortalecer sus resortes morales y espirituales, los cuales permitan mantener viva la llama de la esperanza de vivir en paz, de estabilidad, de progreso material e inmaterial y de la búsqueda literalmente de felicidad. Y es precisamente frente a la debacle del país y de pérdida de esperanzas que a las iglesias les corresponde ser una palanca, un faro de luz, un bastón y apoyo en momentos de quebrantos y tristezas. Y decimos iglesias para reiterar y reconocer los diversos credos, pero por sobre todo significar que, así como en el pasado todos los caminos conducían a Roma, todos los credos conducen a un mismo Dios.

Frente a la pérdida de sensibilidad, frente a esa tendencia que nos arropa a “todos” de la tecnología y de convertirnos en autómatas o “cosas” por la propia dinámica y situación de deterioro económico, social y humano, es que nos corresponde volver a plantear o replantear el papel estelar, central y trascendental del ser humano y del humanismo como corriente que afirma y promueve los valores humanos y las libertades, constituye la persona, su dignidad y sus principios, ser el hombre el punto de partida y llegada de la sociedad actual, cabría preguntarnos: ¿está el ser humano en el centro del debate o debemos resituarlo?

Repito sin caer es radicalismos, excesos o estridencias pareciera que estamos en una dinámica epocal que deshumaniza, la tecnología y redes sociales hoy nos enviste, nos arropa y tal vez nos aleja de la propia familia, de nuestros pares, nos convertimos repito en autómatas, y entre otras cosas, nos alejamos de Dios, no importa su nombre o como lo llame cada religión o credo, y por ende, al divorciamos de Dios, nos alejamos de la fe y la oración, y terminamos distanciándonos de nuestro hermano, nuestro vecino o hasta de nuestra pareja o familia.

En estos momentos de dificultades no perdamos de vista que como las plantas o cultivos que requieren nutrientes y abono, los seres humanos requerimos de vitaminas, alimentos físicos y espirituales que se traducen en salud y vitalidad y el papel y reto que tienen las iglesias sin caer en fanatismo de ningún tipo. Es decir, alimentar al ser humano, a la feligresía y al ciudadano de pie que requiere un mensaje, una palabra de esperanza o una luz en el sendero muchas veces nublado y oscuro que los venezolanos recorremos por las razones que sean.

Tenemos un desafío descomunal en la necesidad de evangelizar, nos incumbe socializar, imbricarnos, revincularnos con el prójimo, con el vecino, con la pareja, con la familia y ante todo con Dios. Más allá de los errores en que la Iglesia Católica u otras incurran o hayan incurrido, el camino de la fe es el señalado a recorrer en estos momentos de orfandad, de pospandemia y de grandes dificultades en nuestros países.

Los tiempos de crisis son tiempos de oportunidades, pero sobre todo la crisis en el ámbito que se plantee económica, política, espiritual, personal y demás, representa un desafío y reto que nos permite nuevamente revivir y relanzarnos como seres humanos, como creyentes, como portadores de fe en este mundo cambiante trastocado en muchos aspectos, y donde los valores humanos, las virtudes y demás se constituyan en la amalgama o cemento clave y además propósito de nuestras vidas y ejecutorias.

Emaús es una hermandad o cofradía sustentada o concebida en la participación básicamente de laicos y católicos con acompañamiento espiritual de sacerdotes, dedicados a una amplia labor social y especialmente a la realización de retiros espirituales donde los caminantes reciben charlas, testimonios y diversas actividades de renovación espiritual basados en una trilogía como es el  pasaje del Evangelio de San Lucas (24, 13-35), asumir a Jesucristo resucitado y finalmente la privacidad o resguardo total de lo que se expone, confía y debate en medio de las charlas, experiencias personales, y testimonios diversos de los servidores en función de los hermanos caminantes de Emaús.

La singularidad de Emaús está basada en un encuentro vivencial y espiritual que no tiene otro sentido que despertar en los caminantes la necesidad de espiritualidad, humildad, el cultivo de la fe, la oración y sacramentos, cuyas acciones no tienen otro fin o concreción reiteramos que servir, en impulsar una labor social y parroquial, en la sensibilidad y en el socorro al prójimo, en lo espiritual y en lo material. Esta hermandad y apostolado de característica parroquial comienza a crecer a nivel mundial, y los testimonios que se disponen sin caer en fanatismos de ningún tipo, es que hay un antes y un después del retiro espiritual emausiano, produciéndose una suerte de confrontación, redención y renovación de la fe, de lo espiritual y de la persona que se reencuentra literalmente con el amor de Dios.

La experiencia personal vivida primero como caminante y posteriormente como servidor en los espacios de la hermosa casa de retiros de San Javier del Valle, actividad organizada por la Parroquia San Juan Apóstol de Santa Juana en la ciudad de Mérida, cuyo regente espiritual es el padre Jean Carlos González, además de contar con el trabajo fecundo de nuestro coordinador parroquial de Emaús Edgar Mir, trabajo que ha permitido evangelizar además de una intensa actividad parroquial con la feligresía. El objetivo no es otro que acercanos a Dios y salir renovados en la fe, precisamente para servir, para evangelizar y ser portadores de esperanzas.

Si algo requiere la gente en estos momentos de orfandad, enfermedades, limitaciones y cavilaciones de toda índole, es precisamente un mensaje de fe, un abrazo o una palabra que permita despertar una esperanza en ese ser humano que por diversas razones se ha anulado, apagado o se muestra distante de la fe y oración. Los peregrinos servidores y caminantes van andando con un mensaje, un apostolado y un servicio al prójimo necesitado de sanación física y espiritual.

San Agustín nos da luces al colocar al amor como el principal motor o combustible que guíe nuestras vidas, sin equívocos San Agustín nos recuerda que no se puede amar lo que no se conoce, por eso la necesidad de conocer a Jesucristo, y además caminar a su lado como misión y mensaje de la Iglesia Católica, y especialmente de la hermandad de Emaús como premisa y cometido de acción.

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