«We are all bits and pieces of history and literature and international law, Byron, Tom Paine, Machiavelli or Christ, it’s here» (RAY BRADBURY)

Alguna vez habrá oído decir eso de que ‘la memoria no vale para nada’. Probablemente, si ha tenido una conversación sobre educación, al menos una o dos personas defenderían la utilidad de internet con acceso inmediato a la información y, por consiguiente, dejarían claro lo ridículo que es memorizar fechas, nombres o títulos cuando todo está al alcance de la mano de cualquiera que disponga de un smartphone conectado a la red. A veces nos pasa que no somos capaces de recordar el teléfono de casa ni la contraseña del correo electrónico. Claro, le dirán que vaya estupidez, aprender de memoria una clave que puede almacenarse en el teléfono inteligente. Mi amigo el políglota decía que cuánto más tonto era uno, más listo era su teléfono. Me pareció una observación acertada.

Pero vamos a lo que vamos. Actualmente, en un lugar del mundo de cuyo nombre quiero acordarme y no puedo está sucediendo algo difícil de creer. Un país aparentemente democrático y libre en el cual se vive bien y la gente es conocida fuera de sus fronteras por el carácter alegre y sociable sufre un revés político después de unas Elecciones Generales. El partido progresista en el poder antes de esa convocatoria electoral logra la presidencia a través de pactos y acuerdos con otros grupos. Hasta aquí todo bien. El caso es que la cosa empieza a torcerse en el momento en que este grupo político que defendía los principios de igualdad, libertad y convivencia rompe su compromiso a cambio del apoyo de partidos de tendencias centrífugas -que no buscan el entendimiento con el resto de las Comunidades Autónomas del país- con el consiguiente desprecio a la justicia y la democracia. Es triste comprobar cómo el mejor sistema político posible según algunos -la democracia- se muestra así de vulnerable, admite los desmanes de una minoría no deseada en el gobierno y no ofrece recursos para detener el abuso de poder. La cabeza visible de un partido político, más aún un presidente de gobierno, debe ser bueno en su trabajo, es decir, hacerlo bien -no aplicando la regla de que todo vale porque no vale todo-, ser honesto, y saber qué es lo mejor para su país-no lo que es mejor para él-. Un jefe de gobierno ideal gozaría de carisma, sería simpático y tal vez un poco raro, sabría respetar al adversario político con elegancia, hablaría inglés con fluidez. Un jefe de gobierno ideal tocaría la guitarra, leería libros habitualmente y hasta sería atractivo. Un presidente de verdad debería saber cuándo empieza a dejar de ser presidente para convertirse en patrón, y sería capaz de renunciar a la presidencia si fuese necesario.

La situación política ahora mismo en ese país cervantino está en manos de aquellos que gritaban ‘Catalonia is not Spain’ que son los mismos que hablaban del acoso al que eran sometidos por la ley del país del que forman parte. Los mandatarios de esa Comunidad Autónoma renuncian al español como lengua y como pueblo, pero pretenden que los españoles respetemos su lengua. Cada vez que salen al extranjero – y no me refiero a España- se preocupan de hablar inglés para que les entiendan. Hoy quieren imponer la lengua catalana a todo el mundo.

Quienes antes decían ‘Espanya ens roba’ -España nos roba-, ahora nos chulean a todos porque el partido de izquierdas que gobierna los necesita para seguir en el poder. Las cosas que el partido socialista obrero español prometió antes del 23 de julio de 2023 no significan nada. Mas, afortunadamente, existen modos y maneras de recordar la verdad: la hemeroteca, los periodistas honestos, las grabaciones de vídeo que refrescan nuestra memoria. Resulta patético escucharles decir una cosa hace 6 meses y tratar de defender hoy lo contrario. ‘Donde dije digo, digo Diego’. Esta es una de las razones por las cuales la memoria es importante.

Antes de empezar a escribir esta columna recordé-maldita sea, otra vez la memoria- esa novela imprescindible de Ray Bradbury en la cual los poderosos quemaban todos los libros y pequeñas sociedades vagaban clandestinas por los bosques recitando en voz alta los textos que aprendían de memoria. Seamos como esas sociedades secretas, seamos esos lectores críticos y rebeldes de Fahrenheit 451. Seamos inteligentes. Seamos la Resistencia


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