Si en 62 Modelo para armar Julio Cortázar presentaba un mundo fracturado, que el lector debía volver a ensamblar sin ninguna hoja de ruta previa, la realidad haitiana es todavía más compleja y brutal. Por eso, la pregunta es si habrá alguien capaz de volver a dar sentido a un país desestructurado y de volver a armarlo.

Para entender esta realidad hay que remontarse a comienzos del siglo XIX, cuando una violenta rebelión de esclavos acabó con el orden colonial y sentó las bases de una nueva república. Una república pronto sumida en la pobreza y que hasta hoy no ha dejado de degradarse. Haití ocupa el lugar 158, de 193, en el Índice de Desarrollo Humano del PNUD, al final de los países de desarrollo medio.

En el tomo I de El Capital Karl Marx escribió que «La violencia es la partera de toda sociedad vieja que lleva en sus entrañas otra nueva», una frase coloquialmente traducida como «la violencia es la partera de la historia». En realidad, la violencia ha acompañado a la historia haitiana sin solución de continuidad. Uno de sus períodos más infames fue el jalonado por la dictadura de François Duvalier, Papa Doc (1957 – 1971), y su hijo Jean-Claude, Baby Doc (1971 – 1986), que gobernaron con el apoyo de los Tontón macoutes.

Buena parte de los problemas del país, como el saqueo sistemático del Estado en función de intereses particulares y sectoriales y no del bienestar general, se originan en aquellos días nefastos. Tampoco se puede olvidar la violencia, el narcotráfico, la corrupción, la pobreza y las pésimas condiciones sanitarias. Ahora bien, la terrible realidad actual no se explica sin recurrir a aquellos hechos, aunque otros posteriores como el magnicidio de Jovenel Moïse, en 2021, los han magnificado. A esto ha colaborado una serie imparable de desastres naturales (terremotos y huracanes) agravados por la ausencia casi absoluta del estado y sus instituciones.

Semana tras semana los haitianos siguen desojando la margarita para saber cuándo llegará finalmente el contingente policial africano (1.000 efectivos de Kenia, auxiliados por otros del Chad, Jamaica, Belize y Bahamas), que permitiría pacificar el país. Es tal la magnitud de la amenaza del crimen organizado que al menos el 80% de la capital, Puerto Príncipe, está en manos de bandas criminales, de una gran ferocidad y un abrumador poder de fuego.

Esto ocurre en paralelo al nombramiento, a comienzos de este mes, de Garry Conille como primer ministro, una designación realizada por el Consejo Presidencial de Transición, respaldado por Estados Unidos, la Comunidad del Caribe (Caricom) y otros referentes de la comunidad internacional. Aquí es clamorosa la ausencia de América Latina. Pese a las buenas palabras de la presidenta pro tempore de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac), la hondureña Xiomara Castro, el aporte latinoamericano se ha limitado a frases bienintencionadas.

Haití o el caos heredado

El compromiso de parte de la comunidad internacional, el envío de un contingente «pacificador», las buenas palabras, el nombramiento de nuevas autoridades y el inicio de un proceso de transición, incluida la convocatoria de nuevas autoridades, es algo ya visto y repetido. ¿Por qué ahora puede ser diferente? ¿Por qué ahora puede tener éxito? En buena medida esto se explica por el hastío y la frustración de una población sometida a los efectos de la violencia y la corrupción rampantes, harta de las promesas de los políticos y de los jefes de las bandas criminales que les garantizaron, una y otra vez, que esta vez sí los iban a conducir al paraíso, y éste nunca llegaba, así hubieran errado 40 años por el desierto.

Así como en Argentina el cansancio con los políticos, con la casta, permitió la irrupción de un personaje tan peculiar como Javier Milei, podría pensarse que un cansancio similar podría dar lugar, en esta parte de la isla de la Española, a una operación de salvataje de la democracia. En Haití se ensayaron muchas salidas, la mayoría populistas, autoritarias o abiertamente violentas. ¿Habrá en esta ocasión una oportunidad para las instituciones o, una vez más, se recaerá en lo conocido?

No en vano las bandas criminales se oponen por todos los medios a la llegada del contingente de policías africanos. Piensan que, con ese refuerzo, las fuerzas militares y policiales haitianas, renovadas y modernizadas, apoyadas en el pueblo, podrían plantarles cara. De hecho, recientemente, tres pandilleros fueron linchados por las masas populares en plena huida hacia República Dominicana, tras el anuncio de la llegada de los efectivos kenianos.

Es innegable la capacidad de intimidación de las criminales «Fuerzas Revolucionarias de la Familia G9 y Aliados«, conocidas popularmente como G-9, dirigidas por Jimmy «Barbecue» Cherizier. Por eso muchos de sus líderes están convencidos de que una vez más podrán con el nuevo desafío. Sin embargo, son muchas las dudas que emergen. Aquí, precisamente, es donde las esperanzas pueden tener algún resquicio para colarse. Pero, para potenciar el papel de la esperanza es necesario reforzar el compromiso de América Latina, pero también el de España. Sería deseable que no se repitiera lo ocurrido en 2005, cuando nuestro país le dio la espalda a Haití abandonando el contingente policial del cual formaba parte.

Artículo publicado en el Periódico de España


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