El 7 de diciembre de 1941 fuerzas aéreas y navales del Imperio japonés atacaron a traición la base norteamericana de Pearl Harbour en la isla de Oahu del archipiélago de las Hawái destruyendo un considerable número de buques e instalaciones y causando centenares de muertos y heridos en la guarnición de este enclave estadounidense en el Pacífico. El presidente Roosevelt pronunció un discurso en el Congreso en el que declaró la guerra a Japón y afirmó que la fecha de la agresión “vivirá en la infamia”. Pues bien, el 30 de mayo de 2024, el Congreso de los Diputados español vivió una tormentosa sesión que también puede ser calificada con toda exactitud como infame. Las democracias dignas de tal nombre se basan en el respeto a las normas escritas, pero también a las reglas no escritas, que hacen posible la convivencia pacífica en las sociedades plurales. Todas estas convenciones fueron vulneradas de manera inmisericorde por la esperpéntica mayoría que aprobó la ley de amnistía. Sobre la flagrante inconstitucionalidad de esta pieza legislativa y sobre la escandalosa desvergüenza del Partido Socialista, cuyos máximos dirigentes sin excepción, empezando por su cabeza de filas, dijeron enfáticamente una y otra vez antes de las elecciones generales de 23 de julio que una amnistía de los condenados o encausados por los ominosos hechos del 1 de octubre de 2017 en Cataluña jamás sería apoyada por su formación por tratarse de una medida claramente contraria a nuestra Ley de Leyes, se ha escrito ya abundantemente en los términos más tajantes y convincentes por lo que es redundante insistir en estos aspectos.

Es oportuno, en cambio, resaltar una vertiente de esta tropelía moral, jurídica y política, que no ha sido tan comentada. Cuando hace cinco siglos bajo el reinado de Enrique VIII en Inglaterra tuvo lugar la célebre polémica sobre el divorcio del monarca de su primera esposa, Catalina de Aragón, el canciller Tomás Moro, después canonizado por la Iglesia Católica, se negó a avalar la pretensión del soberano y esta valiente y coherente actitud le condujo al cadalso. Es famosa la conversación que sostuvo con su yerno, William Roper, marido de su hija Margaret, en la que aquél le instaba a aceptar los deseos del rey para evitar la muerte. El gran estadista y humanista le preguntó si para combatir al demonio se saltaría una ley y el interpelado le contestó que sin duda con tal de frenar al Maligno incumpliría una ley. ¿Y dos leyes? Insistió Moro. La respuesta fue la misma. ¿Y tres? Por supuesto, tuvo que escuchar. Y entonces Tomás Moro formuló el interrogante definitivo: Y cuando te hayas saltado todas las leyes para luchar contra el diablo, ¿quién te protegerá de su maldad? Es improbable que Pedro Sánchez conozca esta historia y ni tan siquiera tenga noticia de la figura del mártir inglés, pero tras su atropello de la Constitución, su carencia de cualquier asomo de decencia y haber adoptado como única y patológica prioridad en su vida su ansia irrefrenable de poder de la misma manera que Enrique Tudor destrozó el orden jurídico de su época dominado sin mesura por su lujuria, no se da cuenta de que su labor de destrucción del legado de la Transición que deja a España a la intemperie, también le expone a él a aviesos ataques futuros de los que ha elegido como aliados que muy posiblemente acabarán con él.

El supuesto efecto balsámico de la amnistía sobre el denominado absurdamente “conflicto” catalán quedó desmentido sin remisión en los discursos de Miriam Nogueras de Junts y de Gabriel Rufián de ERC, en los que ambos, lejos de presentar la aprobación del discutido perdón como una ocasión de reencuentro y olvido de agravios, proclamaron despiadadamente que lo que allí se aprobaba era una victoria del separatismo sobre España y el mero pago de la deuda contraída por Sánchez en su investidura sin que ello implicara para nada un pacto de legislatura. Es más, no se privaron de reclamar el referéndum como siguiente paso de su irrenunciable exigencia de una Cataluña soberana escindida de la común matriz española.

Un rebote imparable le desalojará del paraíso

Sánchez es un táctico habilísimo insuperable en el regate sorpresivo en un palmo de terreno, pero no distingue la finta de corto recorrido del juego con las cosas de comer. Aplica los mismos trucos a una reforma de las cotizaciones a la Seguridad Social que a una ley que hace tambalear todo el edificio constitucional y la existencia misma de España como Nación sin ser consciente de que, como puso de relieve lúcidamente Santo Tomás Moro, consumada la desactivación de la totalidad de las leyes, el que perpetra tal corrupción política extrema se vuelve asimismo completamente vulnerable. La vileza que el pasado jueves cometió el hombre febrilmente enamorado de sí mismo con el fin de prolongar su estancia en la Moncloa será la que en un rebote imparable le desalojará de su paraíso.

Artículo publicado en vozpopuli.com


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