Es una recta de 28 días. Aún larga y en la que pueden suceder muchas cosas. Hay una lógica expectativa acerca de las jugadas que el gobierno y sus organismos controlados pudieran adoptar con la intención de seguir poniendo trabas al derecho de los venezolanos a votar y elegir. Para salir de esta pesadilla de un cuarto de siglo

También puede suceder el deslave final de un gobierno y un candidato sin sostén.  Porque Nicolás Maduro carece de discurso y carece de obra. Tras una década en el poder, Maduro es un hombre refugiado en el Palacio de Miraflores. Cuando sale a la calle da lástima. Va seguido de unos cuantos vehículos de la protección oficial y algunas decenas de personas a su alrededor. Cuando se ve en el medio de una concentración, es artilugio de la Inteligencia Artificial. Maduro está más solo que la una.

En una situación normal, por ejemplo, semejante a la que permitió a Hugo Chávez ganar la elección del 6 de diciembre de 1998, Maduro estaría haciendo las maletas. Quizás las esté haciendo, porque este trecho final hasta el 28 de julio y las horas siguientes a la votación auguran  momentos de grandes tensiones y de sorpresas que ahora resultan inimaginables, sobre todo porque hay que tener bajo control la euforia y poner todos los esfuerzos en la logística que acompaña la jornada electoral: convocatoria a las urnas, observación de lo que ocurre en cada una de las 30.026 mesas, obtención de las actas del escrutinio y su difusión y la calma y la firmeza para esperar y gestionar el desenlace.

Hay gente dedicada en los medios y en las redes a advertir sobre asuntos acerca de los cuales la oposición, el candidato Edmundo González Urrutia y la líder de este momento María Corina Machado están suficientemente conscientes y preparados para los desafíos que suponen. Hubo, por ejemplo, un interés desmedido en agitar el fantasma de la abstención. El objetivo era acelerar decisiones en el campo opositor y ya se sabe que de las prisas solo queda el cansancio.

Fugado el fantasma antivoto, los “influencers interesados” volvieron a la carga con el triunfalismo. El objetivo es negar lo que está pasando en calles, pueblos y ciudades de la mayor parte del país. Eso no es importante, dicen. Hay que tener testigos en las mesas, recuerdan los inventores del agua tibia. La emoción es mala. Sesudos analistas de escritorio.

Lo que habría que decir es que Maduro solo puede ganar con una trampa monumental. Que parece estar dispuesto a hacerla. Qué no es para nada seguro que la gente que alguna vez creyó en la “revolución bolivariana” lo acompañé en esa aventura. Y que la oposición no solo moviliza a la gente al calor del liderazgo de Machado -lo que resulta un fenómeno extraordinario y contagioso- sino que está persuadida de que requiere disponer de una maquinaria anti robo de votos y falsificación del inmenso deseo popular de cambio.

En esta entrada en la recta final, si la narrara la soberbia voz del locutor hípico Aly Khan (Virgilio Cristian Decán, 1931-2022), solo hay un caballo en cabeza con un  montón de cuerpos de ventaja. El otro, lleva un pesado fardo sobre su lomo, y trata de saltar la valla y tomar un atajo antes de llegar a la meta.

La victoria del 28J es posible y está en manos de cada ciudadano. En el ejercicio del voto, en la defensa del voto y en cobrar ese voto. Muy complejo, sí. Por la única razón de que se está frente a un gobierno que desconoce la más elemental noción democrática y no quiere desprenderse del poder. La lucha, como ha repetido machaconamente María Corina Machado, es “hasta el final”.


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