Oficialmente, la campaña por la presidencia de la República comienza el próximo 4 de julio. Pero nadie ignora que ese proceso inició mucho antes, al menos desde cuando se inscribieron y fueron aceptados los candidatos. ¿Hay otros aspirantes además de Edmundo y Maduro? Desde luego, candidatos de sobra siempre hay. ¿Recuerdan a Borregales o Peñaloza? ¿Recuerdan la de la «ayudita»? En este tan difícil instante para la política venezolana, reviven en la palestra política comediantes y otros pequeños seres más o menos ponzoñosos. Pero para nada ahora cuentan.

Edmundo González Urrutia se muestra a los electores como lo que es: un universitario decente, con pensamiento democrático que aspira a la liberación del país por la única via que ahora es posible, indudablemente, la electoral. Aspira, desde la Plataforma Unitaria Democrática que lo postuló en tres tarjetas distintas, dirigir el país, dirigir la transición hacia la democratización de un Estado que ha sido forzado por el poder, alimentado por el mas vil de los despotismos de nuestra historia.

Nicolás Maduro tampoco es sólo él, representa ese despotismo llevado a su máxima expresión. Carga sobre sí el muy pesado fardo de tantos años de atropellos contra los derechos fundamentales y no fundamentales de la ciudadanía, el desconocimiento de todos los acuerdos nacionales e internacionales, la ruina provocada en el país, la estampida de más de 8 millones de personas, en el desplazamiento más numeroso de la América Latina y uno de los primeros del mundo en la actualidad.

Edmundo ha ido en campaña magistral a diversas localidades. Barlovento fue la más reciente. Se ha reunido con sectores vulnerados permanentemente por quienes sostienen el poder: maestros, profesores, médicos, trabajadores en general, periodistas, mujeres, miembros de la comunidad LGBTIQ+, los escucha, les hace serios planteamientos acerca del país que la mayoria desea: una Venezuela próspera, respetuosa de los derechos y los acuerdos con sus ciudadanos, tanto como los acuerdos internacionales. Ha mostrado la valentía, así como la sapiencia indispensables para enfrentar en elecciones a un régimen básicamente terrorista. Sin acceso profundo a los medios de divulgación nacional, a las cuñas televisivas o radiofónicas, padece, su intensa campaña excepcional, también las limitaciones de los recursos financieros para ella y se fundamenta en las redes sociales y el boca en boca para la difusión masiva de su accionar y su pensamiento.

Por su parte, el régimen se aprovecha de los recursos económicos de los que dispone. De los medios oficiales. Se ha puesto a reinaugurar espacios y tapar huecos, pintar y remozar. Pero no es esa su fundamental acción de campaña. El candidato nada tiene para exhibir y nada para plantear distinto a estos años de oprobio. Ofrece más producción petrolera, imposible de mostrarla como logro. Carece de popularidad alguna, porque a todos los connacionales ha afectado su dinámica en el manejo arbitrario del Estado. Pero basa su campaña en el miedo. Miedo de los empleados públicos o los militares a perder lo poco que les tiran. Persecución a los activistas políticos, inhabilitaciones, prisiones, descarado abuso del poder para amedrentar y confiscar partidos, insignias. En fin, el uso de la más descarada violencia política. Y por ahí se va.

¿Cambiará esta dinámica preelectoral de aquí al menos de un mes que nos falta? No creo. Se van a profundizar ambas líneas de acción. Lo cual no deja de ser de cuidado para la oposición democrática desvalida de herramientas para enfrentar la violencia política, como no sea una ciudadanía activa que lucha por la democracia y la libertad. Llegar a la elección en menos de un mes será ya un inmenso triunfo de los opositores reales al régimen despótico. Ganarle y demostrar al mundo el triunfo de Edmundo, como señalan las encuestas serias, es el desafío que se avecina. La campaña está apenas por empezar, en su cortedad. Vamos.


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