Dedico este artículo, gracias a El Nacional, a las madres venezolanas, estadounidenses y afganas que han sufrido pérdidas infinitamente valiosas de las vidas de sus hijos, en la lucha por la libertad y el respeto en general de los derechos humanos. Cuando lo que está en juego es el sentido mismo de lo que consideramos “civilización”, la noción del derecho a la vida, a la libertad e igualdad frente a la justicia, todos debemos sentirnos convocados. No solo los “Estados Unidos de América”, que en el caso específico de Afganistán respondieron ante un ataque criminal originado desde este territorio, el 11 de septiembre de 2001.

Por todas las naciones del mundo, en cualquier territorio del planeta, debe abrazarse el compromiso internacional para la defensa de los derechos humanos universales; y la derrota del terrorismo y de cualquier otro delito de lesa humanidad. De la expresión anterior, la existencia de un teórico consenso básico entre la mayoría de los países, no solo de los ciudadanos de occidente, deben propender a la persistencia de valores de respeto a la mujer, al niño, y al anciano. Ello debe marcar una agenda indetenible de avance y esfuerzo constante de los pueblos para convertir al Estado democrático en un instrumento eficaz  del desarrollo humano; dentro del Estado de Derecho generalizado y no solo para privilegiadas zonas de nuestro mundo.

Lo que hace extraordinariamente difícil, a partir de la premisas anteriores, es la aceptación de la barbarie dentro de las formas actuales de gobierno del mundo. El dejar pasar, dejar hacer, como prescripción del modo en que se cree conveniente actuar frente a las abismales diferencias de atraso cultural que exhiben minoritarios grupos del planeta. Eso sí, bien armados y dispuestos a matar para imponer, más que el solo derecho a creer en la absurdidad de sus postulados, el secuestrar, dominar y violar el derecho al desarrollo de la vida humana de la mujer y de las niñas; a los que someten desde muy pequeñas mediante la represión y la violencia. Ese será  nuevamente el horror en Afganistán, si el mundo así lo permite. La deformación de un adoctrinamiento de niños violatorio de los derechos humanos ataca directamente al progreso en la concepción del valor de la vida humana, de la mujer como ser igualitario ante la ley, pero con la bendita especificidad que le atribuye la naturaleza para albergar en su cuerpo la maravilla de la maternidad.

¿El chantaje cobarde del terrorismo, su amenaza constante, el secuestro, la tortura y ejecución de rehenes han sido la principal y única arma de estos grupos? En una primera reactiva respuesta podría afirmarse que sí. Sin embargo, se precisa una reflexión profunda y de naturaleza cultural en el mundo. Es indispensable la profundización del conocimiento desde nuestras culturas occidentales hacia las culturas del Medio Oriente y del Oriente pleno; de África y Asia. Necesitamos abordar este vital problema desde una perspectiva estratégica que incorpore a los sectores más avanzados de estas sociedades en su lucha por la igualdad de género y ante la justicia y la libertad. Existen fundamentales grupos aliados en esos territorios para producir y hacer irreversibles los cambios culturales hacia el progreso de la atrasada concepción de su visión del mundo. El aspecto mayormente de conocimiento criminal y mental, que de guerra convencional, hacia los grupos violentos, debe ser fortalecido hasta lograr el manejo de estas problemáticas de forma más inteligente y eficaz. Tanto la inversión en recursos humanos, como en desarrollos económicos y en técnicas de inducción social es clave para el manejo de dichos cambios en estas sociedades

La historia y su evolución no mienten. En la Francia revolucionaria de finales del siglo XVIII Francisco de Miranda fue testigo del atraso de la concepción frente a la mujer, lo que llevó al decapitamiento de Olympes de Gouges por su obra precursora de la igualdad de género Declaración de los Derechos de las Mujeres (1791). Tal ícono de nuestra Cátedra Internacional por la Libertad “Francisco de Miranda” hubo de acompañar en Londres la rebeldía de Margaret Anne Buckley cuando tuvo que convertirse a la personalidad de un hombre  “James Barry” para poder estudiar Medicina, carrera que el atraso mental de entonces reservaba solo a los hombres.

¡Entre tanto, no se puede dejar de dar la pelea, en este mundo y ahora! ¡En todos los terrenos! La mujer americana tiene un puesto de honor en el ascenso histórico ganado de respeto a niveles que la han llevado a hacerse con victorias de la justicia frente al acoso sexual en su trabajo u otro escenario. Aquel que se desborde como “macho” frente a su deber de practicar la condición de hombre respetuoso” frente a su dignidad enfrentará consecuencias; como por ejemplo acaba de producirse en el caso de la renuncia del gobernador Cuomo de Nueva York . La valía infinita de su aceptación al encuentro íntimo, con el “sí”  necesario, explícitamente consensuado, es una lucha permanente aún en nuestras sociedades occidentales más atrasadas.

Todos los que hemos tenido el privilegio de una formación de hogar para el progreso y el respeto de los derechos humanos debemos abrazar en estos difíciles momentos a nuestra valiente nación hermana: los Estados Unidos de América, y combatir junto a ella el atraso, la cobardía e incomprensión de un mundo complejo, al cual todos estamos obligados moralmente a hacer avanzar.

@gonzalezdelcas/ [email protected]


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