Escuchar hablar sobre “orar por Venezuela” puede sonar a algunos como una iniciativa que consiste solo en perder el tiempo. Muchos otros sabemos que orar es una actitud del corazón por la que nos unimos a Dios para disponernos a hacer su Voluntad. Esto último parece indicar que Dios no quiere que pidamos lo que necesitamos. Nada más contrario a lo que es. En el Padre nuestro, Jesús nos insta a hacerlo cuando dice “danos hoy nuestro pan de cada día”, “no nos dejes caer en la tentación” y “líbranos del mal”. “Perdona nuestras ofensas, así como nosotros perdonamos a los que nos ofenden” también es una petición. La oración del Rosario es una cadena de avemarías en las que depositamos todas nuestras angustias y necesidades para que la Virgen interceda por nosotros ante el Padre. Todo es petición. Pero mientras pedimos, sin embargo, nos unimos a Dios y a su querer; lo vamos conociendo más y vamos adquiriendo sus sentimientos.

La oración exige constancia y fidelidad. No se trata de rezar un día sí y otro no, sino todos los días, pues así hacemos de esta actividad un hábito que nos va transformando, que nos va enderezando hacia Dios. Hay unas palabras que describen bien esto que digo y que extraigo de un libro llamado “La Providencia y la confianza en Dios”, del padre Réginald Garrigou-Lagrange: “El señor es como un padre que tiene de antemano resuelto complacer a sus hijos, pero les induce a que se lo pidan. Jesús quería convertir a la samaritana, y poco a poco hizo que la oración brotara del alma de aquella mujer.” Esto es así porque lo que busca Dios a través de nuestra oración es que pidamos cosas buenas para nuestra alma, pues de este modo nos unimos a El.

Pedir por Venezuela, desear el bien para nuestra Patria, salud para los enfermos, educación para nuestros niños y adolescentes, comida para los hambrientos y paz para todos, es algo que Dios quiere, pues todo es bueno en sí mismo. Lo que busca Dios cuando nos insta a pedirlo es una intención pura, sin odios ni deseos de venganza, pues eso no puede quererlo. A lo largo de estos años, los que hemos rezado, seamos católicos, protestantes, judíos o devotos de cualquier otra religión, hemos experimentado que nuestra oración se ha purificado, pues Dios, con el tiempo, nos va enderezando para que pidamos como lo desea su corazón.  Por eso hay que pedir lo bueno, que El ya quiere, porque así nos unimos a El. No porque Dios sea un egocéntrico, sino porque nosotros nos transformamos en personas dulces y agraciadas según su imagen, y por eso, más felices.

Dios quiere nuestro bien: el bien de que Venezuela se enrumbe por caminos de paz y evolución verdadera. El no puede querer lo que vivimos, pero quiere que se lo pidamos con una intensidad limpia y pacífica. Copio aquí otras palabras del libro ya citado: “La oración no se opone a las disposiciones providenciales, como si tratara de torcerlas o de cambiarlas, antes bien colabora con el gobierno divino; porque el que ora, quiere en el tiempo lo que Dios quiere ab aeterno (desde la eternidad). Podría parecer que, cuando oramos, la voluntad divina se inclina hacia la nuestra; la verdad es que nuestra voluntad se eleva hasta la divina y trata de ponerse al unísono con ella.”

Sabemos algo cierto: Dios quiere nuestro bien y el del país. Por eso tenemos que unirnos en oración para pedirle con pureza de corazón que nos ayude, pues la lucha es difícil. Hemos aprendido muchas cosas a lo largo de estos años y esta reflexión y tantos dolores nos han purificado. Confiemos, pues, en que Dios atenderá nuestra súplica a lo largo de este proceso engorroso. ¡Sabemos que nunca nos abandona y que detrás de un mal sigue un gran bien!


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