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¿Pasaportes para terroristas?

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En días recientes han sido formuladas nuevas denuncias, que se suman a un ya extenso expediente, acerca de la emisión de pasaportes venezolanos a individuos vinculados a organizaciones terroristas o al narcotráfico. No es algo nuevo, pero tal parece que esta práctica del gobierno chavista tiende a acrecentarse. Son miles de documentos de identidad que han sido entregados a personas que nada tienen que ver con Venezuela o los verdaderos intereses de nuestro pueblo. Por el contrario, tales acciones aumentan los riesgos de que nuestro país y su gente sean víctimas de más severas retaliaciones, enraizadas en el delirio del régimen.

Ante esta deriva hacia ninguna parte resulta imposible no asombrarse del abismo que existe entre, de un lado, las ambiciones de protagonismo internacional de una revolución fracasada y extenuada, y del otro la estrechez y patente mediocridad del pensamiento político que le respalda. Dicho de otro modo, no hay conexión entre las ambiciones mesiánicas y los peligros que las mismas entrañan, por una parte, y por la otra el carácter provinciano y repelente de lo muy poco que ha producido, a lo largo de dos décadas, el “mensaje de la revolución”.

En efecto, ¿qué le ha ofrecido y aún ofrece a la América Latina y al resto del mundo la revolución de Chávez, Maduro y sus cada día más escasos seguidores? El chavismo, en el plano intelectual, es una maraña reaccionaria que ha abogado, por ejemplo, a favor del trueque y el conuco, a lo que añade una utopía deforme que enaltece la miseria y la dependencia de la gente como signos de dignidad. El chavismo ha sido incapaz de aportar una sola idea o proyecto para modernizar la educación, la salud y las bases técnicas y científicas del desarrollo nacional. Su paso por la historia de Venezuela se asemeja al de las hordas de insurgentes llaneros que asolaron y destruyeron al país entre 1813 y 1814. La diferencia es que estos últimos luchaban entonces por el rey y contra Bolívar y el ideal de independencia, en tanto que los de ahora se disfrazan de bolivarianos para llevar a cabo su tarea de devastación.

Durante sus tiempos iniciales la Revolución cubana despertó las ilusiones de muchos, quimeras que luego naufragaron en un océano de opresión, atraso y muerte. El chavismo ha tenido sus propias pretensiones, intentando convertirse en punto de referencia de un cambio positivo y enarbolando ambiciones globales. Pero detrás de la fachada solo ha habido y hay odio hacia Estados Unidos, que el régimen reviste de antiimperialismo. No obstante, sus reflejos y concepciones pertenecen a una época que quedó atrás, a los atavismos de una guerra fría que concluyó con el derrumbe soviético.

En nuestros días, Washington intenta más bien reducir sus compromisos geopolíticos y centrarse en la protección de intereses vitales; ese imperialismo al que se refieren los voceros chavistas existe en sus recalentadas imaginaciones, pues el ajedrez internacional se ha hecho mucho más complejo. Sin embargo, las ideas simples que guían al régimen tienen consecuencias nefastas para Venezuela, entre ellas las alianzas con potencias depredadoras como Rusia y China y la deshonrosa subordinación a la Cuba castrista, dedicada a extraer y digerir para su propio beneficio las sustancias vitales de nuestra sociedad.

El arcaísmo de un enfrentamiento que pertenece a un pasado ya muerto, culmina en la entrega de pasaportes venezolanos a terroristas y narcotraficantes, en un acto adicional de desmesura que, no cabe duda, tendrá su castigo. Lo lamentable es que no es solo el régimen el que sufre las consecuencias del delirio, sino el conjunto de los venezolanos.

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