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Como si fuera una ráfaga de viento huracanado, el sanguinario asalto terrorista de Hamás contra los kibutzs israelíes, el pasado 7 de octubre, ha disipado la ajada guerra en Ucrania del escenario mediático internacional. La ventolera ha reinstaurado como foco de atención mundial el siempre latente conflicto árabe-israelí en Oriente Próximo. Obviamente, tan inusitada metamorfosis favorece a Putin que, en gran medida, es autónomo. Simultáneamente, perjudica a Zelenski que, para poder continuar la guerra, necesita un permanente y sólido apoyo exterior tanto político, como económico y, particularmente, militar.

El vendaval se ha producido, precisamente, cuando ya se estaban evidenciando los síntomas de cansancio en los países donantes por lo costoso de tal apoyo, particularmente tras el fracaso de la contraofensiva ucraniana, y la evaluación generalizada de esa guerra como de un saco sin fondo. Pero las hostilidades en Ucrania persisten. Por ello, y aunque solo fuese por un efecto inercial, proseguirán las transferencias y donaciones occidentales a ese país bien que, previsiblemente, se vayan atenuando. En la Casa Blanca, por ejemplo, cuando es inminente la llegada del presidente Biden a Tel Aviv, se habla de aprobar un paquete de ayudas que incluiría, conjuntamente, a Israel, Ucrania e, incluso, Taiwán. Todo un cambio de prioridades.

El nuevo escenario, derivado de la combinación del fracaso de la contraofensiva y la revitalización del conflicto árabe-israelí, alumbra la posibilidad de una evolución operativa de las tropas rusas. Éstas podrían pasar de la actitud mayormente defensiva de los últimos meses a otra más ofensiva. Quizás, Moscú, aprovechando el actual viento en cola, intentará completar la ocupación de los oblasts (provincias) ucranianos que, en su día, fueron nominalmente integrados en la Federación Rusa: Jersón, Zaporiyia, Donetsk y Lugansk.

De momento, Corea de Norte parece estar completando los polvorines rusos con un ingente caudal de municiones de artillería y fusilería. Mientras tanto, las tropas rusas seguirán machacando las infraestructuras energéticas ucranianas y sus redes de distribución, así como la infraestructura agroalimentaria y depósitos de cereal, tanto en la costa del mar Negro como en los puertos danubianos. Una estrategia que podría conducir al armisticio. Porque, tras 600 días de guerra ésta, aunque eclipsada, no ha terminado.

Artículo publicado en el diario ABC de España


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