NELSON GARRIDO, POR LISBETH SALAS

Por JOHANNA PÉREZ DAZA

Profecía, síntoma, grito, advertencia…

Postal, franela, taza, portada, NFT…

Del artista, mía, tuya, nuestra, de estos, de aquellos, de todos…

En la obra Caracas sangrante (1993) del venezolano Nelson Garrido (Caracas, 1952) copulan estas palabras, engendrando confusión, inquietud e incomodidad. Tres décadas de recorrido, interpretaciones, relecturas y apropiaciones, ubican esta obra en las agitadas aguas del arte contemporáneo con sus característicos vaivenes. Concebida para la muestra colectiva Caracas utópica (1994), la obra de Garrido supuso un alarido rabioso, reacio a sucumbir ante ideas complacientes o edulcoradas, un sacudón frente al espejismo de la modernidad anhelada e interrumpida. En su planteamiento, la ciudad de los techos rojos se transforma en la ciudad sangrante. Es una Caracas bañada en la sangre de sus habitantes a causa de la violencia. Es también una metáfora de la descomposición social, económica, política y moral del país.

La otrora ciudad heroica, ejemplo a seguir, ahora herida y maltratada, agresiva y amenazante. Por sus íconos arquitectónicos (Las torres de Parque Central) y emblemas naturales (el majestuoso Ávila) corre indetenible la sangre mostrando una acción en curso, inconclusa, tristemente interminable, sangrante ante nuestra mirada impotente, estremecida o aletargada, según el ánimo y las circunstancias.

Presentada, inicialmente, como una postal, la obra destila crítica e ironía. Recordemos que en su uso tradicional la tarjeta postal guardaba la idea de mantener comunicación, sintetizando en una imagen una porción del lugar que se visita y del cual queremos hacer copartícipes otros, involucrándolos en nuestra experiencia. En el caso de Caracas sangrante, la imagen resume una situación desgarradora, la sangre cubriendo la ciudad es el recuerdo que perdura, la evidencia que se comparte, el testimonio potente y abreviado. La estampa de Venezuela.

¿Cuánto ha transitado en 30 años esta obra? Ha pasado por diferentes formatos, se ha movido entre paredes, telas, papeles, objetos, píxeles y redes sociales. Ha sido parte de exposiciones nacionales e internacionales (Bienal de arquitectura de Venecia, 2006), portada de un libro de culto (Pin, Pan, Pun, de Alejandro Rebolledo,  2010), de un disco (Caracas sangrante. El soundtrack del apocalipsis, Humano Derecho, 2016), motivado artículos académicos, reseñas en revistas, tesis de grado, clases y ponencias. Ha dado pie a más obras, por lo que ha sido releída y resignificada por otros artistas, desde distintas miradas y perspectivas. Incluso, hay quienes afirman que se ha utilizado como manifiesto político repartido en eventos públicos. No solo es un desahogo, es, además, una caja de resonancia. Más que una cicatriz, Caracas sangrante es una herida abierta.

Su fuerza estética se potencia en el rojo vibrante y colérico. La ciudad se desangra y la violencia se hace atemporal… de ayer, de hoy, de mañana… ¿de siempre? Es una violencia multivalente, compleja y camaleónica, que se cuece a fuego lento y cada cierto tiempo estalla ruidosa, o camina sigilosa en la cotidianidad, en la intimidad hasta que los muros ya no la contienen y se desborda por calles y avenidas, arrasando a unos, salpicando a otros, repartiendo roles entre víctimas, testigos, cómplices o victimarios… sumando viudas, asesinos, verdugos, huérfanos… así también entre oprimidos y opresores, entre pobres, estafadores y corruptos.

Desde su carácter premonitorio, la obra puede vincularse, en la actualidad, con la marea roja asociada a marchas pro gobierno chavista, o a la tragedia de Vargas cuando la furia se desbordó en forma de rocas, agua y lodazal. En el ámbito de lo teórico, puede inscribirse en el llamado nuevo documentalismo fotográfico o documentalismo expandido que echa mano de las herramientas del momento para construir un discurso estético e histórico, para tomar posición y sacudir conciencias. El arte no es decoración, es ruptura y agitación, ha insistido Garrido.

La obra se ha desmaterializado y vuelto a materializar, como la sangre descontrolada que recorre la ciudad y se mueve en lo subterráneo, en lo que no vemos, pero intuimos, Caracas sangrante fluye a partir de Garrido, como punto de origen creador, y se bifurca en innumerables vías de circulación, exploración y experimentación dando paso a otras imágenes, inspirando palabras, suscitando reflexiones. Ya no le pertenece al artista, y eso le complace. La obra se ha diluido en lo colectivo, traspasando fronteras, trascendiendo la temporalidad, desmontando la autoría individual, como diría Whitman, siendo inmensa y conteniendo multitudes.


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