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¿La Gioconda se ríe o está triste?

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Por VIVIANA GARCÍA HOYOS

Chicas en tiempos suspendidos (Eterna Cadencia, 2021) comprende cinco partes: «I Poetisas», «II Abuelas», «III Chicas», «IV Antivates» y «IV fin de la historia». Construye un sentido de paradoja a partir del epígrafe de Georges Didi-Huberman del inicio:  Estamos ante un tiempo que no es el de las fechas, y el lapso de tiempo conciso remitido en la última página: «Marzo-diciembre de 2020» (p.34); los días de la pandemia, y de la gestación de este libro donde la poesía emerge de una historia revisitada.

El Tiempo, enmarcado en un periodo inmarcesible, es un tema central dentro de la serie en que la autora, catalogada como neo-barroca, explora la potencia de lo real desde el anacronismo y lo contemporáneo: «Mi psicoanalista diría/ que a lo real se lo recibe sin tantas vueltas/ porque es lo que hay y punto. / (Supongo que con real ella se refiere/ a esa esquirla de realidad que no esperábamos/ y que, sin embargo, sin embargo/ aparece cada tanto/ para sorprendernos)» (p.16) (Las cursivas son mías).

Kamenszain describe el periodo de la escritura de Chicas en tiempos suspendidos en términos de enfermedad, muerte y confinamiento. Dialoga con las poetisas: las conocidas y las olvidadas, o, con el televisor monolingüe: «Amo global de lo que dice la pandemia» (p.5). Inventa las posibilidades de sentido para la escritura de hoy, la del tiempo de los pañuelos verdes y la del futuro del final de la historia que ella no llegaría a conocer.

En «Final de la historia», Kamenszain explica que la poética desarrollada en este libro parte de un ensayo titulado «Las nuevas poetisas del siglo XXI » que escribió para una  Historia feminista de la literatura argentina (Editorial Universitaria, Villa María, 2020), y que concluye con esta frase que podría resultar tópica: «¿La Gioconda se ríe o está triste?(…)  Una conclusión certera de lo que no tiene respuesta alguna. Lo que sí es seguro es que nuestra admirada Gioconda se mantuvo calladita hasta que Marcel Duchamp le pintó bigotes y la despertó. A partir de ahí no quedan dudas: ella se está riendo.» (pp.449-450) (Las cursivas son mías).

Durante esta búsqueda, Kamenszain se preguntaba si «serán otras las que al dorso de una foto del siglo XX reconozcan nuestros nombres». También el canto de Safo se dirigía a lectores de otro tiempo, ¿distinto al de las fechas?: «Alguien se acordará de nosotros en la posteridad»

Pero, a diferencia de Safo, a la autora de Chicas en tiempos suspendidos la palabra poetisa le hacía ruido: «Yo no soy poetisa, soy poeta/ (…) /no soy Tamara, soy Kamenszain». (p.12)

La primera sección se identifica bajo ese título: Poetisas. «Poetisa es una palabra dulce que dejamos de lado porque nos avergonzaba» (p.8). Desde entonces se presenta el enigma que no busca ser resuelto sino entrar en diálogo con ambos términos: poetas y poetisas. Y lo hace desde una forma que todavía podría innovar en la poesía argentina: el uso del lenguaje inclusivo.

Kamenszain escribe: «Mientras a las chicas en lenguaje inclusivo/ la palabra vata no nos suena/ porque las mujeres no escribimos/ para convencer a nadie» (p.8).

Poetas o poetisas, solo como último recurso podríamos ver en ella una apuesta por la igualdad de género entre voces líricas o roncas. Antes, tendríamos que volver al origen de la poesía y de todo género literario: la palabra. Aquí, el lenguaje inclusivo, como marca representativa de los movimientos políticos y sociales de las últimas décadas, cumple una función distinta a la de identificación. «La palabra vata no nos suena», porque con ello intercede por la dignidad de la palabra misma.

Además de las nuevas poetas del siglo XXI, a lo largo y ancho de esta casa de referencias trans(t)ex(t)uales, se cita un origen en otra forma literaria arrebatada del género: el ensayo. Análogamente, se redirige a: «La divorciada del modernismo», sobre Delmira Agustini y «En el bosque de Amelia Biagnoni»: ensayos que reflexionan sobre dos de las escritoras uruguayas a las que Kamenszain ofrece un nuevo hogar dentro de este poemario.

¿Sería correcto seguir definiendo Chicas en tiempos suspendidos en estos términos?, en tanto que la exposición de las ideas, travestidas de verso, es un recurso propio del ensayo. No se sitúa del todo dentro de ninguna política de géneros puros. Oscila entre el ensayo y la poesía, al tiempo que sugiere otra forma transgenérica: la novela.

Para referirse a esta última forma, recurre a otro de los procedimientos que va a estar presente en las secciones subsecuentes: el estribillo, y sostiene dos ecos fundamentales, el primero, en sentido de unión de los contrarios: «Y sin embargo Y sin embargo» (p.8). Mientras que el segundo apunta a que todo lo que empieza como poesía no puede terminar de otra forma que como novela. En el prólogo a La Novela de la poesía, Enrique Foffani entiende el estribillo, como una forma que innova a fuerza de repetirse.

También se le relaciona con otra representación que va a estar presente en la obra de Kamenszain, desde el Tango Bar, hasta «los anhelados bajo fondos del canon»; el tango, como arte de dar vueltas.

El tango conjuga dos símbolos universales: la huida y la vuelta. Símbolos apropiados por la tradición judía, de donde paradójicamente proviene el apellido Kamenszain.

Ante el enigma de llamarle por el nombre propio o por el de familia (¿Tamara o Kamenszain?), solo podríamos afirmar que la autora de chicas en tiempos suspendidos guarda dentro de sí los nombres de: Delmira Agustini, Juana Bignozzi, Blanca Varela, Cecilia Pavón, Celeste Diéguez y tantas otras escritoras de la tradición que, tal vez, sin buscarlo, son reivindicadas.

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