IDA GRAMCKO Y JOSÉ DOMÍNGUEZ BENAVIDES, 1948, A BORDO DEL QUEEN ELIZABETH, CORTESÍA DE XURXO MARTÍNEZ CRESPO

Por MARÍA ANTONIETA FLORES

“El alma utiliza lo que necesita”, advierte James Hillman.

Es 1955. Eduardo Blanco-Amor (1897-1979), escritor y periodista gallego en el exilio, escribe en el prólogo de la edición de Aguilar dedicada a Ida Gramcko:

Esta fuerza encadenada es la que luego, con un dinamismo avasallador, se desata en su obra, que es como un despeñarse lúcido por los trancos y barrancos de los más extraordinarios paisajes del sueño y de la vigilia, de la vida y de una transvida que no se consiente ser muerte, aunque quiera parecerlo.

Tres años atrás, en el consagratorio prólogo de Poemas (1952), Mariano Picón Salas la había calificado de Décima Musa, emparentando su voz a la de Sor Juana Inés de la Cruz y sellando la pertenencia y permanencia de Gramcko y de este libro como integrantes del canon literario nacional —el tiempo le dio la razón, dice el lugar común.

Para precisar

La obra de Ida Gramcko siempre tuvo visibilidad (para usar una categoría que se maneja hoy en día), si bien, a partir de finales de los sesenta, el estigma de la enfermedad marcó su vida literaria —pero no su obra— y, luego, el predominio de una estética exteriorista y contenida la colocó en otra orilla. No obstante, su presencia y permanencia estaba predestinada desde su primer libro. Umbral obtuvo, en 1940, una mención en el Segundo Concurso Femenino Venezolano de la Asociación Cultural Interamericana. El veredicto firmado por un jurado compuesto por Pedro Sotillo, Ana Pérez Guevara y Carlos Eduardo Frías dio por ganadora a Enriqueta Arvelo Larriva con El cristal nervioso, mientras que la otra mención recayó en Jean Aristeguieta. Pura tradición poética nacional.

Las primeras ediciones de Poemas y de La vara mágica (que también tuvo versión rusa y francesa) fueron editadas en México. Aguilar la incluye en la Colección de Autores Venezolanos con un tomo que incluye Poemas, La vara mágica, La hija de Juan Palomo y Belén Silvera y en cuyo lomo se lee: Poesía y teatro (Madrid, 1955).

Recibe el Premio Nacional de Literatura por toda su obra en 1977. Publica con continuidad desde los cuarenta hasta los noventa. Después de su fallecimiento, no estuvo ausente del mundo editorial ni cultural. Aparece en la serie Premios Nacionales de Cultura en 2006 (la aproximación biográfica y literaria es de Coral Pérez Gómez), Monte Ávila publica en 2008 una antología que tiene segunda edición en este 2024. En 2010, la Biblioteca Biográfica Venezolana le dedica un volumen firmado por Gabriela Kizer. El volumen crítico Aproximación al canon de la poesía venezolana incluye poemas con un artículo de Alfredo Chacón. A mediados de octubre en 2014 se inaugura A orillas del origen. Homenaje a las hermanas Gramcko en la Asociación Cultural Humboldt. En 2016, se publica, si se considera la de Aguilar, la tercera edición de Poemas (Letra muerta) que fue acompañada por una serie de actividades y encuentros. En 2017, Kálathos Editorial publica la antología Sol y soledades (selección y estudios míos).

De las siguientes ediciones que menciono, no he podido leer ninguna, pero registro su existencia: las segundas ediciones de Poemas de una psicótica (La Diosa Blanca) en 2018 y de Poética en 2020 (Editorial Tuqueque), la zuliana María Cristina Solaeche Galera publica, en 1921, Ida Gramcko. “Déjame suspendida en el espacio entre los vientos firmes”. Ensayo biográfico (Sultana del Lago Editores) y, en 2024, LP5 publica su obra poética completa en tres tomos, dos de los cuales ya están disponibles en Amazon al momento que escribo.

Gramcko está incluida en numerosas antologías, apenas menciono tres: Antología de la poesía hispanoamericana moderna (1993), en Rasgos comunes. Antología de la poesía venezolana del siglo XX (2019), en la reciente Metapoéticas. Antología de poetas hispanoamericanas contemporáneas (2024), junto a frecuentes publicaciones de sus poemas en diferentes medios digitales.

A esto, hay que agregar, la edición del poemario Gesto quebrado de Leonardo González-Alcalá (Caracas, 1987) en 2011, un diálogo intenso con Poemas de una psicótica, incluso en recursos expresivos, pero no un calco. En palabras de Patricia Guzmán: “Resuena, desde la primera página del periplo aéreo y de la ascesis que emprende González-Alcalá, la gratitud reverente y amantísima que le profesa a la poeta venezolana Ida Gramcko, ante cuyos versos transfigura su voz y renacen de su garganta, de debajo de sus alas, tal relámpagos de la inmanencia”. Hecho que demuestra las amplias posibilidades que su obra ofrece para los poetas, dramaturgos, ensayistas y lectores de hoy en día.

En este centenario de su natalicio y en su 30 aniversario luctuoso, todo lo antes expuesto nos debe alejar de la idea de que se está “rescatando” la obra de Gramcko. Sencillamente, deben considerarse acciones que reconocen la importancia de su obra para la literatura hispanoamericana.

Pero no se puede olvidar que, incluso así, gravita un desconocimiento de su obra por parte de ciertos sectores. Sin embargo, se sabe que es un mecanismo sectario que se maneja en relación a la pretensión del gusto como argumento de poder.

Por otra parte, considerar a su emblemático Poemas como su mejor libro es una afirmación injusta con la obra de Gramcko. Está presidido por un poemario extraordinario, La vara mágica, y le sigue Poemas de una psicótica, un libro que rompió paradigmas en su época (y, tal vez, aún lo haga). Después hay unos libros donde aparecen con más firmeza el poema en prosa y, en formas inesperadas, el diálogo con los objetos y con el mundo exterior. Eso ya lo muestran los títulos: Este canto rodado (1967), Los estetas, los mendigos, los héroes (1970), Quehaceres, conocimientos, compañías (1973), que se intercalan con libros de sonetos (Salmos, 1968, y Sonetos del origen, 1972), una forma que cultivó a lo largo de su vida. La energía verbal que se hace pública en 1942 sigue actuante. El sol deslumbrante que la guía en Sol y soledades (1966) contemplará su caída en Salto Ángel (1985): el agua cae, cae la fuerza y la vida. A través del ritmo, las palabras, las imágenes, los símbolos, transmite esa sensación de la caída del agua, del descenso. Es su penúltimo libro. Un descenso que presiente la muerte: “El sol ya no está arriba sino dentro del pasto”, escribe en Treno, su último poemario publicado en 1993. Para quienes circunscriben su poesía a lo ascensional y a lo solar (tal como lo concibe Gilbert Durand) hay que considerar la complementariedad de los opuestos, principio que sostiene en gran medida su obra de una manera muy discreta, entre tanto, el lector se detiene en lo más evidente como es natural.

El destino

“No me pidas que vuelva / sin cumplir el destino”, escribió Gramcko en 1944, lo que bien pudo ser una afirmación amorosa, pudo ser también un saber consciente acerca de la poesía. Como bien señala Rafael López-Pedraza en 4 ensayos desde la psicoterapia: “El destino es, además del más poderoso de los conocimientos, el estado más alto de consciencia al que podamos llegar”. Parece cosa fácil tomar una palabra tan desgastada y utilizarla para explicar el trayecto poético de cualquier creador, salvo si se considera que tal idea está expresada con claridad en la obra.

Si se hurga en su sentido mítico y tradicional, el destino es una fuerza que guía las elecciones y conductas del yo. Así surge la necesidad (Ananké) como un imperativo para cumplir el destino. En Ida Gramcko, la poesía era una necesidad y, en consecuencia, un destino al cual respondió desde la infancia. Tal consciencia nos habla de una certeza rotunda ante la hoja en blanco, ante el poema y la poesía: tal consciencia fue muchas veces sustancia del poema, como en el caso de este texto incluido en Poemas.

POETA, HERMANO, AMIGO,

responde a mi pregunta o mi plegaria:

¿quién dirigió tu paso o tu camino? *

Quiero sentir que aquella voz amada

o aquella fuente pura y sin castigo.

Aquella encarnadura, aquella entraña,

¡la fuente era la túnica de un grito!

Hermano mío, hermana,

¿pudiste acaso dirigir tu signo? *

La voz poética como espectro

La voz, como parte del entramado de su identidad poética, aparece de manera reiterada a lo largo de su obra. “Hay una voz profunda que me pide estar cerca”, se lee en uno de los poemas de Umbral y así fue hasta el libro final, Treno.

porque la voz no es puente sino aldea o hazaña. 

La voz no es un sonido sino un orbe que triunfa, 

la voz es un cimiento de arcángeles y arcadias.

Pero su voz es atravesada por la prueba de la enfermedad.

Y en el primer texto de Poemas de una psicótica, Diablos, nunca es mencionada la voz. Hay en este poema en prosa un ámbito sexual investido con la sombra que representa el diablo. Los representados en este primer poema del libro, se ajustan a lo que señala Sallie Nichols al referirse al arcano XV (“La imagen del Diablo se nos presenta como un agregado incoherente de rasgos completamente dispares”). El paisaje y la atmósfera que logra en este texto en particular, deja en evidencia dos fuentes que alimentaban la escritura de Ida Gramcko: la naturaleza y el folklore.

La descripción de estas criaturas que la acosan se pueden relacionar con los diablos que danzan en las procesiones asociadas al rito católico con sus coloridas máscaras, ya extraviados de su ámbito religioso e insertados en la naturaleza, la cual le proporciona los calificativos con los que describe a cada uno sin omitir lo genital. Este poema moviliza la morbosidad, la curiosidad y emerge de lo reprimido, quizás porque ocurre algo similar que con la Divina Comedia —algunos lectores prefieren el Infierno al Paraíso y no se detienen en los poemas que siguen. Así ocurre con El Ángel y El espectro, este último es, quizás, para mí, el más interesante en relación a los aspectos arquetipales que muestra esta primera parte del libro porque no se refiere a algo externo como el ángel y los diablos, elementos con los que el yo se relaciona. Expresa la interioridad, la visión que el yo poético tiene de sí mismo y, además, reconoce su caída. Convertirse en ese espectro es lo que lleva a una especie de descarnación verbal en los siguientes poemas y libros para alcanzar el anhelo imposible de lo trascendente. Pero este espectro ya se había asomado en sus poemas anteriores:

Sola, como un espectro,

miro que todo yace sin ternura,

ya todo es derretido, destrozado,

y un frío de sopor lima mis huesos.

Contra el desnudo corazón del cielo, 1944

Le sigue a este poemario Sol y soledades, un desbordamiento de una palabra que no cesa, que no cae, va en busca del sol y reconoce su soledad, una soledad que se multiplica y que constituye un guiño a Góngora. Es el libro de la Mágica Gigante. “Yo, la Mágica Gigante, la mansa y melodiosa Gigante, / di salida entonces a toda la potencia portentosa”. El espectro es ahora luminoso… y heroico.

El héroe y el poeta

A lo largo de su obra va a expresar un vínculo con dos componentes arquetipales que pueden ser conflictivos por sus naturalezas diferentes: la figura del héroe y la figura del poeta, al igual que ese deseo ascensional, búsqueda de lo máximo que murmura (para recordar uno de sus títulos).

La presencia del héroe está presente tanto en la poesía, la narrativa, el ensayo (piénsese en Historia y fabulación en “Mi delirio sobre el Chimborazo” y el teatro, en el que podemos citar a dos muy distintas heroínas: Juana de Arco y María Lionza (siempre identificada con Artemisa: “Soy una leona firme entre los leones”) que sacrifica su lado afrodítico para privilegiar rasgos de Atenea vinculados con el orden y el deber: “Me mueve ya un impulso sobrehumano”. Para Gramcko, lo heroico está asociado con el deber. Jaime López-Sanz aclara este aspecto: “El héroe es, arquetipalmente hablando, un estado de conciencia luminosa y compacta, cuya función, en la historia de la cultura, es encarnar las virtudes y sólo las virtudes de una comunidad, de un pueblo, de una sociedad”. Hay, lo sabemos, un riesgo inmenso al privilegiar lo heroico. Resta profundidad al mundo psíquico personal y, también, al cotidiano, en particular si emprende un viaje sin regreso. En la obra de Ida Gramcko, hay mucha de esa energía: su escritura, los títulos que elige, su entrega a ese, su destino son reveladores de esto. Es oportuno recordar lo que escribió Joseph Campbell: “El héroe inicia su aventura desde el mundo de todos los días hacia una región de prodigios sobrenaturales, se enfrenta con fuerzas fabulosas y gana una victoria decisiva; el héroe regresa de su misteriosa aventura con la fuerza de otorgar dones a sus hermanos”. Ella tenía consciencia de ello (no se sabe cuánta, por supuesto) y, también, sobre todo de su naturaleza de poeta (ideas que manejaba con cierto humor para aligerar la carga y el riesgo de la hybris, se puede suponer).

Siempre mencionado como el otro, el uso del género masculino es significativo: siempre es el Poeta. Su identificación con su instinto de poeta se produce desde la hermandad y se vincula al animus. Se sabe, se intuye, que está usando la imagen del arquetipo del poeta para referirse a su condición creativa y al hacerlo revela cierta autoridad en sus afirmaciones. Es de destacar cómo en este fragmento une el destino con la acción creadora del poema (eres apenas semilla) y con el deber heroico (el poema no le pertenece al creador).

Poeta, hermano, hermana, 

has dado a luz un cuerpo real, 

un hijo que nunca es tuyo, nunca, aunque te embarga 

mil noches en su ardor y en su latido.

Eres apenas germen y abundancia, 

tan sólo la semilla en el cultivo.

¿Pensaste acaso disponer sin trabas 

del grano milagroso a tu capricho? 

La estrofa es una médula sagrada… 

Te hablo de corazón, sin artificio. 

Pide perdón sobre la tierra grávida. 

Tú no eres poseedor, tú eres cautivo. *

De Poemas, 1952

Si se aplica el famoso esquema que plasmó Juan Villegas en La estructura mítica del héroe, allá en 1973, se puede decir que la misma vida de la poeta cumplió el trayecto de una heroína y, así, vida y obra satisfacerían las demandas de ambos arquetipos y aliviarían las tensiones entre ellos mientras cumplía con su destino.

La mirada incompleta

Me he detenido en la relación entre la voz y el espectro, y en un triángulo que se puede percibir en ese tejido denso que es la obra gramckiana, cuyos vértices son el destino, el héroe y el poeta. Pero esto no agota la aproximación a su trabajo literario.

A lo largo de los años, construyó una obra que dialogó sin rupturas evidentes con la visión del mundo de su época. Tuvo unos años previos de reflexión poética, consciente o inconsciente, antes de publicar, pero nunca gestó rupturas ni transformaciones del estado de las cosas ni tampoco impuso el quiebre de los discursos que la precedían. No lo expresa, pero lo hace. Está ocupada en seguir su camino, y si, mientras camina, su escritura propone rumbos nuevos, es una consecuencia colateral. Con esto quiero decir que Gramcko no estaba interesada en innovar el discurso poético por simplemente innovar, su interés era expresar su complejo mundo interior en diálogo con el mundo exterior a través de imágenes, metáforas, símbolos, ritmos.

A veces, sospecho de cierta ironía que se desliza en algunos de sus escritos, siento eso al pensar en la elección del título Poemas de una psicótica, un reto ante una dolencia incómoda y mal comprendida a mediados del siglo pasado. ¿No está actuando el mismo mecanismo en Tonta de capirote, su texto autobiográfico y que dedica a Denton Welch, un autor de culto? Pues la poeta no tenía nada de tonta si vemos el camino que trazó, ni tampoco toma realmente las palabras en sentido literal, es un mero recurso de exploración verbal y poética, como se observa en el primer capítulo que titula La diligencia, mientras desborda de significados y sentidos a las palabras en un libro con un tono ligero delicioso y divertido. En esto y en muchas de sus decisiones verbales percibo una actitud provocadora, audaz, que convive, al mismo tiempo, con una ironía sutil y con la necesaria inocencia que el poema reclama.

En su obra torrencial, la palabra se desborda y, es obvio, que la psiquis también. Hay un desbordamiento psíquico que puede ser abrumador tanto para quien lo escribe como para quien lo lee. En la audacia verbal que proviene del carácter torrencial de su escritura, no hay palabras prohibidas ni valorizadas como poéticas, todo es materia del poema. Mirada desprejuiciada.

Al margen del lugar que ocupa su obra en la literatura venezolana e hispanoamericana, su centenario es una oportunidad muy interesante para el diálogo entre la variedad de estéticas que predominan. Ante la tendencia de un lenguaje despojado, sustantivo, alejado de la musicalidad, más interesado en la distorsión melódica, su obra representa la fascinación por el lenguaje, la celebración de la palabra y el ritmo. El nombrar directo cierra interpretaciones, en tanto la metáfora abre ámbitos imprecisos. La pérdida de lo sugerente, de alguna manera, se puede traducir en pérdida de imaginación. Aceptar la coexistencia de ambas formas de nombrar, mantienen un equilibrio y un puente entre dos ámbitos verbales e imaginativos. “Lo exterior con lo mágico se enmienda”, escribió Ida. Hay que apreciar la magia cultivada en el lenguaje gramckiano, no para imitarlo sino para alimentarse porque para eso está la tradición para que el poeta se nutra, rompa con ella cuando lo sienta necesario, la reelabore y la reconstruya. Y, en esa dinámica, encontrar su voz.


*Los resaltados son María Antonieta Flores.


El periodismo independiente necesita del apoyo de sus lectores para continuar y garantizar que las noticias incómodas que no quieren que leas, sigan estando a tu alcance. ¡Hoy, con tu apoyo, seguiremos trabajando arduamente por un periodismo libre de censuras!